LOS HÚSARES DE MOMO
Hacer la vestimenta de un conjunto lleva entre 3 y 5 meses de planificación y trabajo.
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Los murguistas preparan sus trajes, gorros y accesorios con la misma anticipación e ilusión que una quinceañera arma su fiesta. Quieren ponerse a tono con lo que implica ser parte del Carnaval más largo del mundo.
Ponen cabeza, ganas, y están dispuestos a invertir altas sumas de dinero en la estética de la murga. Dos trajes, un par de juegos de sombreros, y zapatos diseñados a medida para cada uno pueden valer alrededor de 900 mil pesos, según dijeron a El País diseñadoras de renombre presentes en el Carnaval 2019.
El concurso oficial lo exige: el vestuario es un rubro que puntúa y pesa a nivel de competencia. Pero además el público lo reclama en los tablados y el Teatro de Verano: la gente espera ansiosa que se abra el telón para ver con qué pilchas sorprenderán los conjuntos.
"Los murguistas desean estar bien vestidos y todos quieren poner plata en ese rubro. No dudan. Quizá no les importe las condiciones en que están en los clubes, u otras comodidades, pero en trajes y estética gastan de forma desproporcionada incluso", asegura Mercedes Lalanne, diseñadora del vestuario de Cayó la Cabra.
Algunos tienen más recursos y otros menos, pero todos los conjuntos invierten "porque suma, y si está feo o no va acorde a la propuesta del espectáculo resta", según Carolina Gómez, vestuarista de La Gran Muñeca e integrante de Agarrate Catalina.
Maxi Tuala, murguista de Cayó la Cabra, lo confirma: el vestuario es "la frutillita de la torta", y desde que tienen un peso más deciden desembolsarlo en lo visual.
"Los trajes siempre fueron importantes para Las Cabras pero a veces nos faltaba plata y quedábamos en el medio de lo que realmente queríamos. Antes costaba más. Ahora hacemos un baile y sabemos que se llena. Esos eventos son nuestro principal sponsor: podemos llegar a sacar 200 mil pesos de ganancia", asegura Maxi.
Carolina fue testigo del crecimiento estético de La Muñeca desde que los vistió por vez primera en 2016 —debutó con chapa de campeona— hasta hoy. "Evolucionaron ellos, la categoría, el rubro y yo. Podés elegir quedarte, ser fiel a un estilo austero, y darle a morir, pero si querés competir tenés que adaptarte a los cambios".
Retorno nostálgico.
Carolina Gómez trabajó para el staff de Paula Villalba en la confección de los vestuarios de Agarrate Catalina y Doña Bastarda. Su presencia rindió también por estar dentro de la cocina del espectáculo de los Cardozo, ya que daba a Paula "información minuto a minuto" sobre letras y otros asuntos. La diseñadora no conocía a los murguistas de forma individual, y ganó terreno "chusmeando" sobre sus personalidades con Carolina.
Paula parte del físico, la fisonomía, y la emoción de cada artista para crear. El espectáculo "defensores de causas perdidas" nombra algunos ideales, pero los murguistas le hicieron llegar otros tantos personales que ella usó como material de inspiración para armar cada vestuario a medida. "Tengo guardados papelitos preciosos que me escribieron. Recuerdo uno que mencionaba el amor para toda la vida como una causa perdida", cuenta Paula Villalba.
Más de 40 personas distribuidas en cuatro talleres trabajaron detrás de la cuidada estética de Agarrate Catalina en jornadas interminables durante 35 días.
Un factor importante que Paula tuvo en cuenta a pesar de que no se lea apenas se abre el telón fue la niñez. "El primer contacto de los Cardozo con un hecho artístico fue el Carnaval, y yo quería partir de la emoción que esto había generado en esos niños. A su vez, la defensa de causas perdidas implica algo nostalgioso, y por eso todos los personajes tienen una cosa medio circense: por un lado es bello y por el otro te estruja el corazón".
Las faldas, mangas y gorros que se usan en los trajes de la retirada tienen pelotitas de espuma plast pintadas a mano en diferentes colores que apoyan el movimiento.
Los brillos que acompañan la ropa del final son el único insumo que Paula decidió traer de Buenos Aires. El resto de los materiales se compraron en Uruguay.
"Incluimos una tecnología láser. Hay más de 600 metros de banderines cosidos en los bordes de las 17 prendas y sombreros".
La diseñadora podría haber usado un galón para dar brillo, pero prefirió recurrir a un elemento popular como los banderines por ser sinónimo de tablado.
La Catalina dedica su retirada a las murgas de La Teja y mientras entona los últimos versos luce esos banderines en sus trajes.
"Eran gente de tres metros, ellos y sus pieles de colores. Reyes del delirio de diamante", cantan en referencia a esos gigantes murguistas que los hacían enloquecer en su niñez. Y demuestran que nada está librado al azar. Todo tiene un por qué estético y fue "pensado para sacar mayor partido".
No todo lo que reluce es cómodo para el murguista
Estar en las dos veredas (cantar en la Catalina y ser diseñadora en La Muñeca) permite que Carolina Gómez comprenda a ambas partes y logre un equilibrio entre los roles. Un traje puede quedar hermoso pero si se demora horas en sacarlo, tiene 10 piezas, o es pesado, habrá quejas. "Hay que buscar lo que es visualmente lindo pero también práctico. Aunque si acato todo los pedidos de los murguistas les hago un poncho para que estén cómodos y frescos. Es Carnaval y polifón, qué le vamos a hacer", se ríe. La Gran Muñeca usa dos modelos de gorros este año (uno para cantar las puntas y otro para el medio), y Carolina es hincha de ese complemento: "el pelo del murguista no se tiene que ver en ningún momento porque te lo baja a la realidad y le quita la magia".
Procesos de ida y vuelta dan tela para cortar
Los aprontes de La Muñeca arrancaron con cuatro meses de anticipación. El equipo creativo no tenía la letra pronta, así que Carolina Gómez arrancó a cranear el vestuario con el título del espectáculo: "Murga, cuerpo y alma". Con ese único dato empezó a pensar en algo "medio zen, yoga, pero murguero". Recibió una sola exigencia del letrista: para el cuplé de los venezolanos debían llevar la bandera de ese país en el cuerpo. Para el resto del espectáculo Caro se imaginó colores, lugares, texturas y paisajes a medida que le llegaba contenido. "Hay mucho ida y vuelta con Eduardo Mega, el dueño de la murga, pero si sale un traje salen todos". Se las ingenió para conseguir telas lindas y con 17 estampados distintos en tapicerías y sitios de decoración nacionales porque quería que cada uno tuviera su sello. Eligió el estampado en función de las personalidades, "no a la marchanta".
Detalles en la ropa son mimos para el artista
El traje que acompañó a Maxi Tuala durante el Carnaval 2018 tenía pegado un conejito de su hija Allegra. Cada componente de Cayó la Cabra llevó un amuleto esa vez, y Mercedes Lalanne se las ingenió para colarlos en el vestuario. "Hay mimos que son solo para el murguista", dice la encarga de la estética de Las Cabras. Este año el libreto exigía una paleta de colores, estilo y textura compartidas para hacerlos parte de ese "Club de los malos modales". Y no zafaron de la personalización. A Mercedes se le ocurrió incluir unas narices de látex y se mandaron a hacer a medida para cada murguista. Las máscaras que van encima de los sombreros de la retirada también se eligieron "a consciencia de quién las iba a usar". Cada murguista es un personaje distinto de este club misterioso al que unos pocos pueden pertenecer. Eso se lee en el vestuario confeccionado por más de 15 personas en jornadas full time por un mes y medio. Las Cabras piensan sus espectáculos para sacarlos de gira post Carnaval. En ese afán se esmeran por invertir tiempo y dinero en un vestuario a la altura, y presentar "un show artístico que no sea solo decir cuatro chistes y cantar una retirada linda", según Maxi Tuala.