Fanny Fernández tiene 33 años, los ojos un poco marrones y un poco verdes, la mirada calma, tres perros, cuatro caballos, un padre que le hace chistes y la acompaña, un campo pequeño en Rocha, cerca de Aguas Dulces, el recuerdo de los veranos en Agua Dulces, el recuerdo de los ojos turquesas de su madre, algunos premios de cuando compitió a caballo en el Prado, y un sueño: tener un centro de equinoterapia.
Eso - poder ayudar a otros a través de los caballos- es algo que ha querido siempre. Antes, cuando podía visitar a sus caballos en Aguas Dulces y acercarse y acariciarlos y montarlos, y ahora, que los ve poco y solo puede acercarse, acariciarlos.
Todo en la vida de Fanny tiene un antes y un ahora. Todo termina y todo empieza aquel día.
Era 22 de agosto de 2018. Fanny se levantó temprano, le dio de comer a sus perros y salió de su casa para ir a trabajar. Estaba en Avenida Bolivia y Boston, en pleno Carrasco, cuando su marido la frenó y se subió al auto para hablar. Ella pensó que iban a hablar del divorcio. Se lo había pedido después de que las cosas no fueran del todo bien. Él aceptó, después insistió con volver. Ese día, sentado al lado suyo le dijo que si ella quería terminar con la relación entonces se terminaba para los dos. Sacó del bolsillo un arma nueve milímetros y le disparó cinco veces. Cuando pensó que estaba muerta, se pegó un tiro en la cabeza y se mató. Fanny quedó con vida y consciente. Llegó a agarrar el celular con los dientes porque tenía los brazos quebrados. Como pudo logró llamar a su padre, que lo tenía como contacto de emergencia. Le dijo: “Me estoy muriendo en Bolivia y Boston”.
Dos personas que estaban corriendo por la zona la vieron, fueron a una emergencia, dijeron “hay una mujer baleada”, una ambulancia llegó de inmediato, un médico y un enfermero la asistieron. Fanny tenía el brazo izquierdo quebrado, la mano derecha destruida, un orificio de bala en el abdomen, estaba pálida y le faltaba el aire. La sacaron del auto, la subieron a la camilla, entraron a la ambulancia, le cortaron la ropa: tenía una herida de bala en el tórax, otra en el abdomen, en el brazo fracturado dos heridas más. La ambulancia prendió la sirena, avanzó tan rápido como pudo por la calle Rivera hasta llegar a la Asociación Española. Allí Fanny fue ingresada, inducida a un coma farmacológico. Perdió el bazo, un riñón, parte del hígado, la movilidad de las piernas. Despertó. Estaba viva.

“Lo que me pasó me enseñó primero a ponerme en primer lugar a mí, que nadie me debe faltar el respeto en ninguna de mis decisiones. Y tampoco a ninguna mujer. Una prende el informativo y ve que siguen matando mujeres. Decirles a ellas que si están bajo una violencia psicológica, física, o de cualquier tipo, traten de irse, que hagan la denuncia, porque puede terminar como terminó mi caso”, dice.
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Fanny vive con su padre en una casa que alquilan en Atlántida. Aunque son de Montevideo, se mudaron para allí por una clínica en la que estaba haciendo un tratamiento. Hoy, que es un día a fines de agosto, está en la silla de ruedas sentada al lado de la estufa a leña. El fuego es alto, intenso. A su lado, Sol, una perra vieja pero diminuta, blanca y con la cabeza marrón, que no se separa de ella ni un instante y regaña cada vez que alguien se quiere acercar.
Aunque recuperó la movilidad de una de sus piernas, la otra todavía no responde. Como una bala le lesionó los nervios, hace cinco años que Fanny tiene un dolor constante en la pierna que tiene inmóvil. Cada quince minutos, una corriente eléctrica le recorre desde la cadera hasta la punta del pie y el dolor la paraliza. Lleva once cirugías y ha probado todo tipo de tratamiento, pero aún no logran quitarle ese dolor. Lo único que lo apacigua es la morfina, pero es solo eso, un calmante. Después de un rato, la corriente vuelve otra vez.
Fanny quiere volver a caminar y que alguien pueda aliviarle el dolor de la pierna. Esa es su prioridad. Hasta hace unos días estaba internada probando con otro tratamiento: tenía un electro estimulador medular, con el que intentaron disminuir los dolores pero no funcionó.

Ahora está en búsqueda de una bota ortopédica. “Es como si fuese una pierna robótica que va por fuera de tu pierna, e imita la marcha de la pierna que sí puedo mover. Eso me podría hacer caminar. Y me ayudaría para el dolor porque al estar parada, el cuerpo funciona de otra manera, tenés otra autonomía, el cuerpo se adapta a estar en otra posición que no sea acostada y sentada”.
Para eso y para cubrir el costo de medicamentos y poder hacer las horas de fisioterapia que requiere su recuperación, Fanny está recaudando fondos: necesita cerca de 20 mil dólares. Las formas de ayudarla son: Santander, sucursal Ombú 05, cuenta en pesos: 1202665388, cuenta en dólares: 5202821253, a nombre de Ángel Ernesto Fernández Molina. También a través de Abitab, a la cuenta 117339. O a través de su Instagram, @fannyfernandezvainer.
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Hay un antes porque Fanny habla en pasado. Dice: yo era técnica agropecuaria, yo trabajaba en una empresa de artículos contra incendios, yo competía en el Prado.

Hay un después. Y su padre se lo recuerda todo el tiempo. “No eras técnica agropecuaria”- le dice- seguís siendo técnica agropecuaria. Ella se ríe. Dice que su pasión por los caballos vino de su padre, un arquitecto que jugaba al polo. Él asiente. Busca en su teléfono y muestra algunas fotos: Fanny antes del 28 de agosto de 2018, Fanny después, Fanny la primera vez que montó a caballo luego de tener el alta, y, por último, Fanny siendo niña, los dos arriba de un caballo. Él sostiene las riendas con una mano y, con la otra, la sostiene a ella.