ASTRONOMÍA
El telescopio ha deleitado con reveladores detalles del universo desde su lanzamiento el 24 de abril de 1990
A Andrea Maciel, licenciada en Ciencias Físicas y Astronomía y docente del Observatorio Astronómicos Los Molinos (OALM), la pregunta la llevó a un viaje al pasado. Tenía tres años cuando el Hubble fue puesto en órbita. Cuando tenía ocho retuvo por primera vez su nombre. Fue en un curso de astronomía para niños en el Planetario de Montevideo. “En aquel momento me pareció muy loco que hubiera un telescopio ‘flotando en el espacio alrededor de la Tierra”, contó.
Desde hace 30 años, el telescopio espacial Hubble –bautizado en honor a uno de los astrónomos estadounidenses más famosos– orbita la Tierra a 570 kilómetros de altitud y da una vuelta al planeta cada 97 minutos a 28.000 kilómetros por hora y ha viajado más de 3.000 millones de kilómetros. Esa ubicación es parte del éxito. Por encontrarse encima de la atmósfera logra imágenes nítidas de objetos distantes y considerados “débiles” por su bajo brillo. Si orbitara más abajo, no hubiese captado de igual manera la belleza de Los pilares de la creación, una de sus imágenes más icónicas de una nube de gas y de polvo interestelar a 6.500 años luz de la Tierra en la nebulosa del Águila que resume los colores y los brillos de un universo que estaba escondido en la oscuridad.
Lanzado en 1990 con la ambiciosa misión de investigar la edad y la expansión del universo, el Hubble, que se resiste a ponerle fin a su vida útil, continúa abriendo ventanas a nuevos misterios cósmicos. Para Gonzalo Tancredi, doctor en Astronomía y docente de la Universidad de la República, “abrió una cantidad de posibilidades para la observación astronómica que era imposible realizar desde la Tierra”: desde la crónica del nacimiento y muerte de estrellas a las primeras imágenes directas de un exoplaneta, de las auroras en Urano y de las lunas de Plutón hasta –el que es uno de los hitos favoritos de Tancredi– el impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter que dejó unas manchas en su atmósfera más grandes que el tamaño de la Tierra.
“El problema de los primeros años fue encontrar la nitidez que se esperaba y que no se había logrado”, recordó Tancredi. Sí, el telescopio espacial más importante de la historia no comenzó con buen pie. “Fue objeto de burlas por parte de la comunidad científica”, agregó. Un ligero defecto en el espejo principal lo hacía demasiado plano y dejaba borrosas las fotos. Una misión especial permitió corregir el instrumento. Y, a partir de ahí, el Hubble no ha parado de sorprender a todos.
Maciel y Tancredi coincidieron en que su contribución favorita es la imagen de Campo Ultra Profundo tomada en diversos momentos y en diferentes longitudes de onda durante los años 1995, 2003 y 2012 pero con el telescopio siempre apuntando por varios días a una misma región del cielo, en concreto, a una zona relativamente cerca de la constelación de Orión. “Aparecen unas 10.000 galaxias. Algunas de estas, las más enrojecidas, son las más viejas que se han logrado captar y datarían de cuando el universo tenía apenas 400 millones de años (o menos), por lo que su luz fue emitida unos 13.000 millones de años atrás”, explicó Maciel a El País. Eso significa que son galaxias que se formaron poco después del Big Bang. Al respecto, Tancredi mencionó: “Es increíble. Es una pequeña porción del cielo. Es como ver una pelotita de tenis a 100 metros de distancia. Pero allí se ven miles de galaxias, con diferentes brillos y características y eso nos permite darnos la idea de que esa área seleccionada al azar es una muestra de lo que sería observar en todas las direcciones en el universo”.
Pero el Hubble no solo sirve para observar el cielo. También sirve para mejorar la vida en la Tierra. Las técnicas de mejora de las imágenes obtenidas por el telescopio permitieron optimizar la resolución de las mamografías, las biopsias y las microendoscopías. Pero también enseña sobre geofísica. Tancredi es el investigador principal de un proyecto que está casi en su fase final y que lo realiza en conjunto con el Space Science Institute sobre “la basura” del telescopio espacial. Esa “basura” es el material científico que recaba el Hubble y que nadie estudia: el flujo de partículas que detectan los instrumentos. “Esto nos permite conocer el flujo de partículas provenientes del Sol y de otras galaxias que alcanzan por encima de la atmósfera para así entender más sobre su incidencia sobre la Tierra. Cuando llegan, muchas son dispersadas y no tenemos conocimiento”, explicó.
La historia gloriosa del Hubble pronto llegará a su fin. La NASA prepara desde hace años a su sucesor, el James Webb, cuyo lanzamiento está previsto para 2021. Mientras que el Hubble tiene un único espejo de 2,4 metros de diámetro, el James Webb estará compuesto por varias secciones hexagonales y tendrá un total de 6,5 metros de diámetro. “Es un área unas seis veces mayor para captar luz”, apuntó Maciel. El nuevo telescopio también trabajará en otras regiones del espectro, mayoritariamente en el infrarrojo corto y mediano. El Hubble opera en la luz visible, en el ultravioleta cercano y parte del infrarrojo cercano. “El James Webb permitirá profundizar en los resultados previamente obtenidos por el Hubble durante todos estos años de servicio”, añadió la docente.
A pesar de los estragos del tiempo, el universo es un lugar mucho más familiar para todos gracias al telescopio espacial Hubble que continúa marcando el camino hacia los confines del cosmos.