Teletón recibió más de 320 cuentos sobre la empatía

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Concurso de cuentos de Teletón

HISTORIAS

Fundación Teletón recibió 326 cuentos de más de mil niños y adolescentes; estos son los ganadores

Más de mil niños, niñas y adolescentes pertenecientes a 57 instituciones educativas participaron del concurso de cuentos de Teletón. En total, la organización recibió 326 relatos de alumnos de escuelas y colegios de Canelones, Cerro Largo, Colonia, Flores, Florida, Montevideo, Paysandú, Río Negro, Rocha, Salto, San José, Soriano y Tacuarembó.

No es necesario cubrir las diferencias escrito por Juana Buonomo, estudiante de quinto año del Colegio Richard Anderson, de Montevideo, resultó ser el ganador.

El jurado estuvo integrado por el escritor Daniel Baldi, la psicóloga Claudia Castello y la maestra especial Victoria Varela, miembro de Teletón.

Los otros cuentos premiados fueron los siguientes: El campo de flores, escrito por Lara Pursals, estudiante de sexto año del Colegio Pinares del Este (Maldonado); Alexa y sus malas actitudes, escrito por Camila Miranda, alumna de cuarto año de la Escuela N° 6, Carmelo (Colonia); El caminante, escrito por Juan Cruz Mailhos, estudiante de cuarto año del Colegio Monte VI (Montevideo).

Además, el jurado dio dos menciones especiales. Estas correspondieron para El banco especial de Abilene Ruff, alumna de quinto año de la Escuela N° 47, Trinidad (Flores); y Las brujitas, de un estudiante de la Escuela Especial N° 119, Ciudad del Plata (San José).

La consigna del concurso era elaborar un cuento en el que se transmitieran valores como la empatía, la inclusión, la diversidad y la superación personal.

El jurado destacó el nivel de todos las piezas presentadas y el trabajo de los docentes y alumnos.

Aquí publicamos los cuentos que recibieron los premios por el primer y el segundo lugar; la próxima semana, conoceremos el resto. Los ganadores recibirán libros de Baldi.

Ilustración de Paz Sartori
Ilustración de Paz Sartori

Primer puesto: "No es necesario cubrir las diferencias"

Juana Buonomo
Quinto año Colegio Richard Anderson, Montevideo

Todos sabemos que no hay ser vivo que sea igual a otro, sea humano o animal y nadie hace de eso un problema, excepto los roedores, especialmente las ardillas.

Esta es la historia de Rossó y su madre, que por si no quedó claro, son esas ardillas.

Todo empezó cuando la mamá de Rossó recibió una oferta laboral que consistía en mudarse a Bellota, un pequeño pueblo en un remoto bosque que apenas llegaban a los cincuenta habitantes.

Mudarse a un pueblo minúsculo como ese, sería un gran cambio para la familia, ya que vivían en una gran ciudad (bueno lo que era una gran ciudad para las ardillas) y este pueblo no era nada comparado a esas grandes ciudades con esos gigantescos edificios, esos carteles brillantes y los ruidos de los autos que no te dejan dormir, bueno, sigamos.
Llegaron a su nuevo árbol y una multitud de ardillas los estaban esperando afuera de su agujero, con las claras intenciones de hacerles una fiesta de bienvenida.

A Rossó y a su mamá se les desfiguró la cara porque al momento en el que se bajaron del auto una multitud gigante gritó “¡Sorpresa!” y soltó serpentinas por todas partes, dejando claro que no iban a poder instalarse en su nuevo árbol, como ellas deseaban.

La fiesta pasó en un parpadeo junto con los días siguientes, hasta que llegó el primer día de clases. Rossó estaba parada enfrente de la puerta del nuevo colegio y de la mano con un suspiro entró.

Lo primero que vio fue un grupo de ardillas rojas, no, no era un grupo era todo el colegio. El colegio estaba repleto de ardillas rojas, capaz esto no se vea como un problema, pero sí lo era para Rossó ya que ella era blanca. Al segundo que su pequeño cerebro de ardillas razonó eso, dio un gran paso para tras y salió corriendo. Mientras corría, Rossó pensaba en un plan ya que no iba a poder escapar de la escuela para siempre, hasta que vio un gran cartel que decía “1 kilo de tomates a $ 30”, y ahí fue cuando se le ocurrió la brillante idea de teñirse su hermoso pelaje blanco de rojo, con tomates. Rossó se acercó despacio hacia el quiosco y pidió el kilo de tomates y en un pin pun pan ya no existía Rossó sino una completamente nueva ardilla roja. Ahora (de vuelta) se paró enfrente a la puerta y entró confiada.

Pasó la mitad del día y todo iba bien hasta que llegó la hora del recreo, Rossó no se iba a salir con la suya tan fácil, porque esto es un cuento y así no pasan las cosas acá.

Estaban en el recreo y empezó a llover, y Rossó empezó a desteñirse, de repente sintió algo mojado, era la lluvia, miró para arriba pero no le prestó atención hasta que razonó que su pintura falsa se le estaba saliendo. Corrió hacía la clase, cogió una pintura y se dirigió directo al baño para repintarse. Esperó a que parara de llover y volvió al salón, uso la excusa de haberse perdido y continuó con la clase en paz, pero nerviosa de que fuera a fracasar de vuelta.

Pasaron los días y Rossó siguió con su ridículo plan (del que su madre no estaba enterada) de pintarse roja para ir al colegio y despintarse para volver a su casa, hasta que en un momento razonó y se dio cuenta que ese era un plan patético. Se dio cuenta que nadie se burlaba de ella y que ella lo estaba inventando todo, pero solo por un segundo y volvió a la idea de que era una rata de laboratorio diferente a los demás y de que nadie la iba a querer.

Llegó a su casa y empezó a buscar ideas en la computadora de cómo teñirse de rojo permanente. Al fin apareció lo que fue su solución: era una página de internet que hablaba de un lugar llamado Squimel, era un lugar donde te ayudaban con tus diferencias. Ella, muy emocionada, se inscribió al minuto, pensando que la iban a teñir de rojo o algo así… pero así no fue como la ayudaron.

Al siguiente día Rossó se volvió a teñir de rojo para ir a la escuela y a la hora de la salida fue a Squimel. Una ardilla con un hermoso pelaje lila la recibió y la invitó a pasar. Mientras iban caminando por el salón Rossó le contó su problema y la ardilla lila, con una corona de flores llamada Wally, le dio la solución al segundo, estas fueron sus exactas palabras:

-Querida Rossó, ¿tú ves que nosotros nos maltratemos por ser de colores y de personalidades diferentes?, la clara respuesta es no. En esta humilde aldea de ardillas no somos así, tú eres la que le está buscando otra capa a la bellota. Lo mejor que puedes hacer es ser quien tú eres y tú eres blanca.

A Rossó le quedó muy claro lo que le dijo Wally y la ayudó mucho también.

Al siguiente día Rossó entró a la escuela, dio un pequeño paso atrás a causa de la duda, pero siguió adelante. Entró a la clase con su pelaje blanco y nada pasó.

Rossó quedó muy sorprendida, nadie se burlaba, al contrario, la alagaban por su hermoso pelaje blanco.

Era la hora del recreo y como siempre salieron al patio a jugar. Todos se divertían hasta que en un momento llegó la lluvia y pasó algo impresionante, se estaban destiñendo…
Las demás ardillas se estaban destiñendo. Aparecían pelajes rosas, lilas, amarillos y de todos los colores posibles. A casi todas las ardillas les pasó lo mismo que a Rossó, sentían que no iban a encajar, Rossó ya sabía cómo ayudarlas, la respuesta era fácil: ¡Squimel!

Cada día que pasaba, a más ardillas ayudaba Squimel y cada día se hacía un arcoíris más grande en el patio lleno de ardillas coloridas, que aprendieron que todos somos diferentes y no te tienes que crear un problema por eso.

Ilustración de Paz Sartori
Ilustración de Paz Sartori

Segundo puesto: "El campo de flores"

Lara Pursals
Sexto año, Colegio Pinares del Este

Ese año, el campo de gerberas lucía colorido y perfumado como siempre. Cada una de esas simples y hermosas flores daba lo mejor de sí. Sabían que cada una era igual de importante, independientemente de su color.
Todas juntas formaban un hermoso paisaje, como un mar calmo y multicolor.

Allí, en el medio de la plantación, estaba creciendo una plantita más. Se esforzaba por florecer como las otras gerberas, pero no podía.

Las otras flores veían que esta nueva plantita no era exactamente igual a ellas, sus hojas eran más grandes, su tallo era más grueso. Pero como era una más de ellas, cada día la animaban para que floreciera.

En vez de eso, la plantita solo crecía y crecía haciéndose más alta.
Pronto ya lo era más que el resto de sus amigas que la seguían alentando para que floreciera.

La plantita, por su parte, les comenzó a contar lo que veía desde lo alto.

Veía el campo de flores en el que había nacido al igual que sus amigas. Veía que era un lugar muy grande y aunque eso le dio un poco de miedo sabía que estaba segura con sus amigas.

A ellas les contaba que podía ver las mariposas revoloteando sobre sus corolas y les narraba sobre el hermoso baile de las abejas mientras recolectaban polen.

Les contaba lo lindas que quedaban cuando el sol del amanecer se reflejaba en las gotitas de rocío formando miles de arcoíris, y cómo las pequeñas mariquitas se acercaban a beber de ellas.
Si bien la plantita no floreció, sus amigas le seguían diciendo que no se rindiera. Todas estaban seguras de que para la primavera siguiente sí lo conseguiría.

Mientras tanto, la plantita era feliz, así, tal como es y sus amigas la querían de igual forma.

Ella continuaba disfrutando y compartiendo con las demás su visión de ese maravilloso campo multicolor.

A partir de ese año, todos comprendieron que el mundo es más hermoso, grande y maravilloso. Solo hay que saber ver desde diferentes perspectivas, abrirse a nuevas experiencias, valorar todo lo que se nos brinda en cada nueva oportunidad.

Y sacar, con creatividad el máximo provecho de las cualidades y virtudes particulares que la naturaleza nos regala a cada uno.

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