¿Qué historias cuentan las paredes? ¿Qué hay detrás de los muros? ¿Qué puede decir sobre nosotros un dibujo en medio de la ciudad? Este tigre de dientes filosos y corbata, pintado en 18 de Julio y Juan Paullier, en pleno barrio Cordón, tiene una historia para contar.
Tal vez todo haya empezado aquellos días de 2012 cuando Martín Lorenzo vivía con su abuela en una casa cercana a esa esquina y tenía una pintura que le había sobrado de un trabajo anterior. Tal vez haya sido aquel sábado de mañana en el que el calor era intenso y él, bien temprano, agarró la pintura y un extensor, caminó hasta 18 de Julio y Paullier, se paró frente a un muro y empezó a pintar. Tal vez haya sido ese día, cuando en medio de ese barrio capitalino, un tigre mostró sus dientes. Y nunca más se fue.
El tigre siempre estuvo ahí. El tiempo hizo lo suyo y de a poco se empezó a desgastar, se llenó de afiches y de publicidades, pero siempre estuvo: resistió a la lluvia y al viento y a cualquier adversidad.
En marzo de este año, Martín compartió en su página de Instagram (@made.uy), una imagen del muraly un texto que decía, más o menos, así: “Este mural lo pinte hace 11 años, en el 2012, un sábado de verano, a plena luz del día, sin permiso, mientras dos policías en la vereda de enfrente miraban el proceso. El intenso calor me obligó a sacarme la remera mientras me caían las gotas de sudor. Eso no me impidió que lo terminara en algunas horas (…) Desde ese día han pasado muchas cosas en mi vida, muy buenas y muy malas. En este tiempo al tigre también le han pasado cosas”.
Debajo, había comentarios como estos: “Está en la esquina de la casa de mi suegra, mi hija lo ama desde bebé. Es la referencia para saber que llegamos a la casa de la abuela”. “Este mural ha sido y sigue siendo la imagen de nuestro intercambio en Uruguay, solo verlo nos traslada a nuestra casa del otro lado del charco”. “Ese mural significa mucho para mí, fue mi referente para guiarme en la ciudad las primeras veces que fui”.
Entre todos esos comentarios, que son casi 40, había uno. Era del abuelo de una niña que se llama Chavela y le contaba que su nieta había crecido viendo el mural y había genera- do una conexión muy grande con el tigre, al punto de considerarlo su amigo.
En paralelo, la persona a la que pertenece el muro actualmente, lo contactó para decirle que le habían ofrecido hacer otro mural por encima del tigre, que quería avisarle de la situación. Él nunca había pensado en restaurar una de sus pinturas, pero el mensaje del abuelo de Chavela le había quedado en la cabeza y no lo dudó.
“Dije bueno, lo voy a hacer por esta niña”. Y eso hizo.
Se paró frente al tigre y lo reparó. Tardó dos días en hacerlo. En ese tiempo, Chavela y su padre fueron a acompañarlo.
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Tal vez, sin embargo, todo haya empezado antes. Tal vez haya sido cuando Martín tenía 12 años y empezó clases de guitarra y aprendió unos pocos acordes y a improvisar canciones y, sin saberlo, entendió que el arte podía ser un medio de expresión.
O tal vez fue después, a los 15, cuando en un curso de diseño gráfico conoció a un chico más grande, que se juntaba con los amigos en un galpón a hacer música, a tocar instrumentos, a improvisar.
“Ahí descubrí el mundo de la creatividad, conocí a gente muy interesante. Él además pintaba. Y esa fue la primera vez que yo agarré un grafiti y pinté una pared. Otro día, en un toque de bandas, conocí a un pibe que tenía puesta una remera pintada por él mismo y ahí empecé a conocer la movida del grafiti. Con ese pibe un día hice mi primer mural, y fue una experiencia muy intensa. Después pasaba y veía al macaco y me generaba algo como si estuviese conquistando la ciudad, apropiándome del espacio y haciendo algo que quedaba ahí para que cualquier persona lo pudiera ver”.
En medio de ese primer mural y la exposición que inauguró el pasado 19 de agosto en la galería “3 mundos” en la Barra de Punta del Este, en la vida de Martín pasaron muchas cosas. Algunas buenas y otras no tanto. Él prefiere no contarlas. Prefiere hablar de su arte.
Y su arte se está expandiendo. Hace unos días, por ejemplo, una de sus obras fue vendida a un comprador italiano. Este año, por ejemplo, quedó seleccionado para una residencia artística en Nueva York para la que necesita recaudar el dinero y poder viajar (tiene obras disponibles y se le puede pedir el catálogo a través de Instagram).
“Hay que golpear todas las puertas que aparecen. Yo he mandado mails a todo el mundo mostrando mi trabajo, hay que insistir. Así me han salido propuestas. Me levanto a las cinco de la mañana y estoy metido todo el día en esto. Yo quiero poder vivir de mi arte y eso implica hacer un montón de trabajo que no es solo pintar”, cuenta.
Si Martín tiene que decir qué pinta, dice que todo tiene que ver con los dibujos de los niños. Su primer tatuaje, de hecho, es un dibujo que él hizo siendo chico. Cree que hay algo puro y visceral en la forma en la que se expresan que a él le gusta, le atrae.
Ese día, mientras reparaba el mural del tigre en 18 de Julio y Juan Paullier, ese día cuando Chavela fue a conocerlo y a acompañarlo, alguien se le acercó y le preguntó qué era. Martín le respondió que era un tigre, pero que podía ser cualquier animal que él quisiera.
Tal vez eso es lo que tienen para decir las paredes, los muros, los murales: lo que cada uno quiera ver, lo que cada uno quiera escuchar.