TRAVESÍA
La pareja recorre América y subsiste con la venta de alfajores y artesanías.
Natalia Souza trabajaba en ventas y Mathías Medina en comunicación. Observaron que cada vez más gente abandonaba su rutina para viajar y se les prendió la lamparita. Esta pareja de 30 años pensó al unísono: “No me veo haciendo esto hasta jubilarme, aunque me guste”. Uno se lo comentó al otro y juntos empezaron a cranear una travesía por América, sin fechas ni recorridos preestablecidos. Andan sin apuro pero con la ambiciosa meta de llegar a Alaska, el punto más al norte del continente.
Primero decidieron abandonar las ocho horas y viajar por años. Luego, eligieron la combi como medio de transporte por ser una opción gasolera: invirtieron 5 mil dólares en una del ‘92 que gasta poco combustible. En la ruta descubrieron la ventaja principal: esa camioneta invita a arrimarse, y es clave llamar la atención de la gente en esta aventura que se financia con la venta de alfajores y artesanías en cada destino.
Compraron la combi “pelada” y la equiparon en tres meses: le colocaron un sillón cama, una cocina con horno, heladera, baño químico, panel solar y batería extra para alimentar artefactos y luces. La aislaron con espuma para sufrir menos los efectos adversos de las temperaturas extremas. Y la bautizaron Clarita por su color indefinido.
Crearon la página de Facebook “Pura Kombi” que funciona como diario de viaje. Desde allí citaron a sus familiares y amigos el 20 de setiembre de 2018 a las 17:00 para la despedida en las canteras del Parque Rodó, lo que fue su km 0.
Cronograma.
La idea inicial era llegar a Ushuaia en verano, pero sus planes se alteraron más de una vez en este road trip. Pensaron que no estarían más de dos semanas en Uruguay, y al final hicieron dos mil kilómetros en 60 días.
“Recorrimos recovecos, conocimos gente que nos invitó a sitios, nos recomendaron lugares, y cuando quisimos acordar se nos estaban terminando los tres meses de Visa para Brasil y seguíamos ahí”, cuenta Mathías Medina.
Evitaron la ruta de madrugada y usaron la aplicación IOverlander para buscar espacios donde atracar la combi y dormir. Debían ser sitios seguros, aceptar mascotas, y que tuvieran una ducha cerca para poder higienizarse.
“En Brasil fue más fácil porque todas las estaciones de servicio tienen baño, agua caliente, y ducha gratis; como mucho te piden que cargues combustible”, dicen.
Durmieron en playas, en medio del Canyon Fortaleza, y hasta adentro del galpón de un señor que tenía otras cinco combis estacionadas.
Anduvieron por las sierras de Brasil hasta Gramado y Canela, y en Torres tomaron la costa. En marzo llegaron a Foz do Iguaçu y se enteraron que el abuelo de Natalia festejaba los 97. Pegaron la vuelta para celebrar con él.
Ayer retomaron el camino. Pretenden llegar el 26 a Córdoba para estar en el Rally Mundial 2019. Será algo parecido a un tributo, ya que se conocieron porque ambos son fanáticos de ese deporte. Aún fantasean con Alaska pero no saben qué les deparará la ruta ni la supervivencia: necesitan vender artesanías para poder cargar combustible y avanzar.
Sus mascotas son como hijos así que cuando decidieron viajar no estuvo en discusión si llevar o no al perro Arve y a la gata Olivia. El can es feliz en los autos, la felina la pasaba mal en los vehículos, pero se adaptó fácil, y la combi es el lugar más seguro para ella. Arve la pasó mal dos veces. En el camping de Cerro Chato lo mordieron dos perros que andaban sueltos. Un veterinario lo atendió gratis: solo les cobró $14 la dosis del antibiótico. “La mayoría de la gente te ayuda si estás en una situación límite”, dice Mathías. En Praia Grande se encorvaba, no podía caminar, y estaba mal del estómago. Hicieron 40 km hasta Torres para que lo viera un veterinario que le quería cobrar 100 dólares por cada estudio. No le hizo los análisis, le colocó una vía con suero, les dijo que lo llevaran y se lo sacaran cuando terminara de pasar. Pasó la noche en la combi y amaneció bien “mágicamente”.
Sobrevivir a base de contar cuál es su sueño
Natalia es fan de la cocina y la primera fuente de ingresos fue la venta de alfajores de maicena caseros con mucho dulce de leche. Hacían entre 30 y 50 por día, los metían en un canasto y salían a ofrecerlos a $40 la unidad por pueblos y ciudades. No era una simple transacción: les contaban su historia, el sueño de llegar a Alaska, y la mayoría accedía a comprar para darles un mano, más que por las ganas de comer dulces. Al final del día no les quedaba ni uno. En Brasil se dedicaron a las artesanías a falta de dulce de leche. Se cruzaron con varios viajeros que les enseñaron cómo hacer manualidades, y sobre la marcha improvisaron atrapa sueños, cuadritos, porta llaves de madera y pulseras que vendieron para pagar la comida y el combustible.