ANTROPOLOGÍA
Estudio revela que la ancestría indígena de Uruguay tiene varias conexiones con el resto del continente
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"No tenemos un esquema igual de sencillo e igual de didáctico para sustituir (el relato que nos enseñan en la escuela). Al no poder sustituirlo, un maestro o un profesor de enseñanza básica se queda con lo que hay”, dijo Gonzalo Figueiro, uno de los investigadores dedicados a desentrañar la identidad indígena en Uruguay. Cada artículo publicado es un nuevo paso a descubrir un pasado que sigue vivo a pesar de los intentos de erradicación y olvido.
El nuevo trabajo, cuyo título es Filogeografía de mitogenomas indígenas de Uruguay, publicado en la Revista Argentina de Antropología Biológica, revela nuevos aspectos que cambian la historia: no existes linajes indígenas únicos para nuestro territorio.
“Lo más interesante es que tenemos en Uruguay señales de contactos y de movimientos poblaciones con todo el subcontinente. Es sorprendente. Tenemos descendientes de todos los rincones. Literalmente éramos una especie de territorio de cruces de caminos de múltiples poblaciones”, comentó el investigador del Departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. Tal vez la parte charrúa de la garra uruguaya es solo un pequeño porcentaje.
Los cruces.
La población uruguaya está conformada por desiguales aportes de europeos, africanos y pueblos originarios, entre otros. Un estudio anterior de Figueiro brindaba datos sorprendentes: los “uruguayos” antiguos, de entre 700 a 2.000 años, tienen similitudes genómicas con los antiguos individuos de Panamá y el este de Brasil.
Pero ahora se complicó la cosa. El análisis de 32 genomas mitocondriales completos (mitogenomas) de habitantes actuales del país, previamente identificados por sus hipervariables correspondientes a los llamados haplogrupos principales de origen americano (A, B, C y D), se vinculan a distintas poblaciones de lugares tan cercanos o distantes como Amazonia, Chaco, Pampa, Andes y Colombia, por lo que se deben establecer nuevas distribuciones geográficas y antigüedad con relación al panorama general de América del Sur.
Es necesario explicar algunos conceptos. Uno de ellos es el mitogenoma. Este, también llamado ADN mitocondrial, que es el que se encuentra fuera del núcleo de la célula y se hereda únicamente por vía materna, brinda información sobre los linajes transmitidos en las poblaciones humanas. “El ADN mitocondrial es el buque insignia en la investigación en genética antropológica en América por una razón bastante sencilla: porque es relativamente fácil de analizar en comparación con el genoma completo porque es más compacto y porque las variantes son más fácil de rastrear”, enseñó Figueiro.
La historia también ha hecho su parte. Después de la colonización europea sucedieron “cruzamientos asimétricos”, es decir, por situaciones “de abuso de poder y abuso sexual”, las indígenas tenían hijos de los conquistadores pero rara vez sucedía lo contrario. “Así quedó presente el componente materno indígena pero no el componente paterno”, apuntó el antropólogo.
En la población uruguaya actual esto resulta en que solo el 4,5% reconoce tener ancestros indígenas. Esto es una completa subdeclaración: diversos estudios con técnicas moleculares han calculado que entre el 34% y el 37% de los uruguayos tiene ancestría materna indígena, llegando al 60% en el norte del país.
Ahora pasemos a los haplogrupos. Estos representan a las variables o mutaciones más frecuentes. En América se encontraron cinco: A, B, C, D y X, pero la última no está presente en América del Sur. Para las otras cuatro, además, hay linajes a escala menor. “En Uruguay tenemos los grupos A2, B2, C1 y D1 y dentro de esos otra serie de subgrupos”, señaló Figueiro. Los subhaplogrupos regionales o locales permiten una mejor identificación de origen y rutas migratorias durante y después del poblamiento del continente.
Las combinaciones.
Los 32 mitogenomas analizados para este estudio, tomados de distintos puntos del país, corresponden a los siguientes haplogrupos: siete individuos A2, ocho B2, 11 C1 y 6 D1.
Al analizar el ADN se encontró que una muestra de Trinidad del haplogrupo A2 tiene un tronco común con una secuencia de Perú y con dos secuencias de las provincias bolivianas de Santa Cruz y El Beni. Dos secuencias de Tacuarembó y una de Riberão Preto (Brasil) comparten una secuencia de Montevideo. Otras dos secuencias de Tacuarembó comparten características del Chaco. Del haplogrupo B2, una secuencia de Montevideo comparte mutaciones con dos secuencias de Ecuador; una de Tacuarembó lo hace con tres individuos de Sergipe y Ceará) y un indígena Kayapó (de Mato Grosso). Otra de Montevideo difiere de las anteriores y se relaciona con individuos Waiwai (norte de Brasil) y Colombia.
Del haplogrupo C1, hay coincidencias entre Montevideo y nordeste de Brasil con un tronco común con dos secuencias de Paraguay y Argentina; estas últimas son ancestrales a otra secuencia de Tacuarembó.
Dentro del haplogrupo D1 hay secuencias uruguayas compartidas con Córdoba y Chaco (Argentina) y Valparaíso (Chile); otras con Poturujara (norte de Brasil), Alto Paraná (Paraguay), San Pablo y Buenos Aires.
Estas son algunas de las vinculaciones mencionadas en el artículo y no todas las conexiones son tan directas; por otro lado, de varios linajes es la primera vez que se tiene evidencia.
“Desde luego que aquellos linajes en común con regiones cercanas no tienen misterio, como es el caso del Chaco o Buenos Aires, pero el hecho de que tengamos presencia de linajes con Colombia o el norte de los Andes se explica en términos de movimientos, migraciones y avatares a lo largo de más de 12 mil años. Hablamos de contactos que implicaron muchas generaciones”, relató Figueiro a El País.
¿Y se puede saber cuándo se originaron estos linajes que persisten hasta hoy? Sí: hasta hace 20.736 años. Por ejemplo, para los individuos con el subhaplogrupo C1d1h, identificado ahora, se le estimó una antigüedad del nodo de 11.985 años, fecha cercana a la estimada para el inicio del poblamiento del territorio uruguayo.
“El planteo de esos miles de kilómetros (por ejemplo, con el territorio actual de Colombia) lo podemos plantear en la perspectiva de los miles y miles de años que llevan las poblaciones americanas”, agregó.
Todos conectados.
¿Qué sucede con las civilizaciones inca, maya o azteca? ¿Ocurre lo mismo? Gonzalo Figueiro lo explica así: “Esas poblaciones tuvieron lógicas de expansión imperial; tenían movimientos desde y hacia las metrópolis imperiales. Los incas tuvieron movimientos enormes y con más razón no vas a encontrar en esas civilizaciones linajes genéticos exclusivos porque incorporaban poblaciones de todos lados”.
Lo que viene.
Este estudio de mitogenomas indígenas de Uruguay tiene otros 30 individuos para analizar, lo que permitirá un análisis más profundo acerca de la antigüedad, lugar de origen y distribución de los subhaplogrupos nuevos. “Nunca vamos a poder decir que este es un linaje específicamente charrúa porque siempre lo vamos a poder remitir a una relación con otras regiones. Hay algunos linajes que están solo en Uruguay, lo cual indica que, efectivamente, los antepasados de algunas poblaciones redujeron su movimiento, pero eso no quiere decir que no se hayan encontrado con otros grupos étnicos y otros descendientes”, concluyó Figueiro, sabiendo que cambia la historia que siempre hemos escuchado en las clases de historia en la escuela.