CON LOS HIJOS
En su columna semanal, Claudia Guimaré nos acerca una guía de lo que no debemos si queremos una relación sana con los hijos adolescentes
“Las mosquitas muertas son las peores”, decían nuestras abuelas, que con su sabiduría popular basada no en cursos de psicología o crianza respetuosa, sino en años y años de ver a los hijos e hijasde parientes, vecinos y amigos, desconfiaban cuando se topaban con adolescentes cuasi perfectos, hiperrespetuosos y en apariencia tan incapaces de cometer ningún desliz, que daban que pensar.
¿Cuántas veces nos ha pasado de ver que irónicamente, los adolescentes más rebeldes salen de familias más estrictas y en cambio otros, que tuvieron padres hasta quizá demasiado permisivos y que incluso fallaron a la hora de protegerlos o ponerles límites, resultaron más responsables o con mayor inteligencia emocional a la hora de cuidarse por sí solos? ¿Por qué sucede esto?
“Muchas veces se trata de niños hiperadaptados que han sido criados en jaulas de oro”, explica Gaby González, experta en crianza y Directora de Niños de Ahora, donde los padres ponen demasiados límites y expectativas altísimas a sus hijos e hijas, y esto, termina provocando justamente las conductas que intentan controlar.
Puede tratarse de padres altamente exitosos, que presionan para que sus hijos sean perfectos, saquen excelentes notas todo el tiempo, o hagan mil actividades extracurriculares, siempre bajo el estricto control de notas, amistades y horarios.
O bien puede tratarse también de padres hiperoralistas, que juzgan a sus hijos pero antes que a ellos, a todos los demás, especialmente a todos sus amigos, y de una forma tan pero tan severa, que terminan transmitiendo a sus hijos e hijas el mensaje de que nunca estarán a la altura de lo que se espera de ellos, o sencillamente no serán nunca los suficientemente buenos y por ende, ¿para qué molestarse en intentarlo?
“Debemos entender que son nuestros miedos y nuestra necesidad de control, explica González, los principales detonantes de la mentira en los adolescentes, y cuanto más nos aferremos a ellos y obremos en consecuencia, podemos terminar generando un clima asfixiante en casa que en lugar de permitir a nuestros hijos e hijas a compartir sus propios miedos y dudas, sus experiencias, con nosotros, termine impulsándolos a mentirnos y dejarnos afuera de sus vidas por completo, en la máxima oscuridad sobre lo que en realidad les pasa o lo que hacen.
Por esto, en la columna de hoy te dejo cinco actitudes que no ayudan a generar un clima sano en el hogar para que los chicos y chicas puedan expresarse, confiar en nosotros, abrirse a nuestros consejos y por sobre todo, sentirse amados por cómo son y no por cómo deberían ser.
Desconfiar siempre
Cuando ante la duda nos comportamos como si el otro fuese culpable siempre, hasta que se demuestre lo contrario, le estamos diciendo que no importa lo que haga en realidad, a nuestros ojos siempre será visto como “malo”.
Pero si hagamos lo que hagamos seremos vistos como “malos”, no tendremos demasiados alicientes para intentar ser “buenos” ya que nos será casi imposible demostrarlo. Algo así como que nadie intentaría siquiera superarse en su trabajo si supiera que por defecto su jefe siempre lo va a recibir con cara de “¿qué desastre hiciste ahora?”
Cuando “por las dudas” optamos siempre por ponernos en la vereda de enfrente y desconfiar de lo que nuestro hijo o hija tenga para decirnos, provocamos el mismo efecto y terminamos validando que si de todas formas vamos a desconfiar, para qué intentar siquiera ser bueno o decir la verdad.
Tener demasiadas reglas y muy estrictas
Cuando ponemos reglas hiperestrictas y no hay contemplación alguna, cuando no hay espacio para ninguna circunstancia especial que funcione como atenuante, despertamos más rebeldía.
No se trata de no poner límites o de que no haya consecuencias si éstos no se respetan, simplemente hay circunstancias y circunstancias y no todo puede pesar por igual. Cuando no damos margen de maniobra, no sólo propiciamos el invento de mentiras para justificar las llegadas tarde, las faltas al cole etc, sino que no damos el espacio suficiente para que nuestros hijos mismos sean quienes se autorregulen, evalúen y entiendan cuándo pueden permitirse “fallar” y cuándo no y cómo justificarse.
Ser hipercrítico de todos sus amigos
Muchos padres amenazan subliminalmente o sueñan con controlar a sus hijos a través de la crítica a sus amigos cercanos, para evitar decirles claramente “no quiero que seas como fulanito o menganita”, o “me daría terror que cometas ese error” etc.
Este silogismo actúa de esta forma: “si critico a tu amigo, queda claro que me decepcionarías mucho si actuases igual”. Pero esta actitud, no invita al otro al diálogo. No da espacio a que nuestro hijo o hija nos diga “pero mamá, no tiene nada de malo lo que hace fulanito, es más, yo hago lo mismo”. Simplemente es más fácil acordar con la cabeza, como diciendo “sí, qué horrible” y dejar pasar el tema, mientras por dentro se toma nota mental de “otro tema del que mejor no hablar en casa” o “cuando me pase a mí, miento”.
Ponernos en un pedestal
Otra forma común que tienen muchos padres de intentar ser un buen ejemplo para sus hijos es pavonearse de tener estándares morales altísimos, con la ilusión de que si la vara está alta, los chicos intentarán con mayor esfuerzo alcanzarla.
O peor aún es endulzar nuestro pasado, mostrándonos como un héroe o heroína de una novela, casto puro e impoluto, libre de pecados y errores, hijo pródigo que jamás decepcionó a sus padres, pero hacerlo nos aleja, ya sea porque nos crean (y piensen que somos de otro planeta) o porque no, e intuyan que les estamos mintiendo.
Dejarlos en la oscuridad en lo que a la educación sexual respecta
Por último, si bien hoy día existe mucha mayor apertura para charlar sobre sexualidad en familia, algunos padres y madres consideran que cuanto menos sepan los chicos o más tarde aprendan sobre el sexo, cómo practicarlo de forma segura y cómo evitar embarazos no deseados, mejor, puesto que entonces demorarán su iniciación simplemente por ignorancia o miedo. Pero esto por lo general no sucede. Y que comiencen su despertar sexual a ciegas, no sólo los pone en peligro sino que los deja solos ante la incertidumbre, sin nuestro soporte para educarles de verdad, condenándolos a que sus pares sean su única fuente de información.
En palabras de Gaby González, “intentar ser padres efectivos -no perfectos- implica hacer un esfuerzo x abandonar patrones reactivos obsoletos que acaban haciendo daño a nuestros hijos en lugar de protegerlos”, mientras que ponernos a su nivel, intentar empatizar con ellos recordando qué nos pasó realmente cuando estuvimos en sus zapatos (y sobre todo qué clase de ayuda y contención obtuvimos en ese momento) y estar abiertos al diálogo, asegurándoles que nos cuenten lo que nos cuenten, contarán siempre con nosotros, es sin dudas el camino correcto.
La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.
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