DESASTRE EN PUNTA CARRETAS
Los residentes vuelven al edificio a buscar sus pertenencias; deben hacerlo con casco y acompañado de un trabajador de la construcción.
La sensación de “guerra” perdura más de dos semanas después de la explosión en el edificio de Villa Biarritz. Es que las consecuencias calaron hondo en la vida de los protagonistas. “El miedo todavía se siente”, dicen los vecinos.
El perímetro -que incluye a tres edificios linderos y la vereda que da a la plaza de Punta Carretas- está delimitada por un vallado amarillo ya desgastado que representa el recordatorio de la tragedia, además de tres policías que vigilan la zona. Quizá algunos vecinos ya se han acostumbrado a tener que bajarse del auto para mover una valla y así entrar a su hogar, pero para otros es un constante desánimo.
“No quiero hablar de eso”, dice a El País una vecina del edificio aledaño a la escena del siniestro. Al escuchar una pregunta que hace referencia a la explosión parece que rememorara todo lo vivido en esos segundos y no tuviera energías para responder. Sonríe tímida y se disculpa.
Algunos de los residentes del edificio siguen bajo los efectos del impacto, como la madre que tuvo que rescatar a su bebé de entre los escombros y se paró en el balcón pidiendo auxilio. Pero otros -quienes se alojan en hoteles o casas de familiares- se animan a volver a recuperar algunas de sus pertenencias.
De todas formas, la vida en el barrio continúa: las personas se siguen reuniendo en ronda en el parque y otros caminan con sus perros durante la tarde -fría, pero soleada- bordeando la valla sin si quiera notar su presencia.
Fernando, el portero del edificio de la explosión, es el guardián y testigo de todo lo que sucede afuera y adentro de lo que parece ser una búnker de guerra. Saluda a los obreros que entran y salen, a los bomberos y policías, a las autoridades del gobierno y a los residentes que regresan a buscar objetos personales. Cuenta a El País que trabaja allí hace cuatro años y dice con la voz quebrada: “Son excelentes personas todos los que vivían acá y yo era uno más de ellos. Me da mucha pena”.
Algunos residentes llegan al edificio con la frente en alto, sonriéndole y hasta mencionan cómo es su vida ahora, pero a otros los ve llegar con un gesto inexpresivo y la mirada abatida. Incluso, dice el portero, algunos todavía están en shock. “Es una etapa de postrauma”, expresa Fernando. Antes ocupaba un asiento en el hall del edificio y ahora hace su trabajo desde una cabina.
La explosión sucedió alrededor de las 9 de la mañana y Fernando entraba a trabajar a las 10. Cuando llegó se encontró con la desesperación de todas esas personas a quienes veía a diario, los patrulleros y los camiones de Bomberos, la destrucción de su edificio, vidrios por todos lados y la conmoción de un barrio entero. “La sensación fue inexplicable -recuerda-, muy triste todo”.
Desde la calle se ve al edificio de 10 pisos tapiado con paneles, puntales que impiden el derrumbe, cintas de advertencia y algunas barandas en los balcones que están totalmente torcidos.
Dos obreros que están ingresando al edificio explican a El País cómo afectó la explosión en el tercer piso: tanto el suelo como el techo están totalmente hundidos. “Da miedo, hizo tremenda presión”, dice uno de ellos.
Los residentes que quieren entrar a sus departamentos, ahora que se avanzó en la limpieza de los escombros, deben hacerlo con casco y acompañado de un trabajador de la construcción. Pueden hacerlo solo dos a la vez.
Los funcionarios de la empresa de arquitectura y construcción OTLA se ocupan de cerrar todas las zonas de riesgo y tapiar la puerta de todos los ascensores que quedaron al descubierto. “La sacaron baratísimo”, opinan y manifiestan que “no se puede creer” la destrucción que causó la explosión.
Por más que se habilitó el ingreso de residentes, los funcionarios de la construcción no están del todo de acuerdo con que entren los vecinos, sobre todo porque algunos llegan a buscar elementos de la cocina o toallas. No comprenden cómo es que algunos se arriesgan por cosas así.
El restaurante Leyenda Patria está a edificio de por medio de donde ocurrió la explosión y el día del accidente sufrió la rotura de todos sus vidrios y corte de luz. Uno de los cocineros dijo a El País que conoce a algunos vecinos que creyeron que se trataba de un atentado terrorista. “Una mujer que estuvo en el atentado a las Torres Gemelas cuando escuchó la explosión se escondió en el Club Biguá y no quiso salir por el terror”, narra el cocinero.
Un matrimonio que vive en el edificio Hidalgo, que está al lado al de la explosión, está sentado en el restaurante y cuentan a El País que las ventanas y los electrodomésticos de su casa están destruidos. “Tenemos la sensación de no saber nada, de que las autoridades se quedaron en silencio”, dice ella.
Mujer que continúa internada no recuerda qué fue lo que pasó
Cuando se produjo la inédita explosión en Villa Biarritz a raíz de una fuga de gas natural que se acumuló en el tercer piso de un edificio, se derrumbaron algunas paredes de las construcciones linderas. Uno de ellas fue el Hidalgo. Allí la explosión provocó que se desmoronara la medianera de unos 30 centímetros de grosor.
Una porción de la pared cayó sobre una mujer de 79 años que vivía en el segundo piso y tenía la cama pegada a la pared. La rescataron los Bomberos y una ambulancia la trasladó al Hospital Británico. Cuando su marido llegó al lugar y vio todo lo que estaba pasando se desesperó y le preguntó a los Bomberos dónde estaba su esposa. Allí le informaron que la habían llevado de urgencia y luego supo que se le habían quebrado cuatro vértebras y varias costillas. Estuvo entubada por varios días y le realizaron operaciones. Según supo El País, cuando recuperó el conocimiento estaba desnorteada, no sabía por qué estaba internada ni que había sido víctima de una explosión.
Le pidió a su marido que le comprase un bastón pidió irse del CTI rápidamente, pero deberá quedarse internada varios días más. Está estable, pero muy dolorida.
“Lo que intentamos hacer es volver a la normalidad”, dijo a El País Daniel Buenas, uno de los residentes del edifico en donde ocurrió la explosión el viernes 22 de julio.
De a poco va sacando de su departamento las cosas que necesita y cuenta que “es espantoso” entrar al edificio destruido. Sin embargo, el residente que vivía en el séptimo piso cree que no es uno de los vecinos que se haya traumatizado luego del siniestro.
“Hay que pasar por ahí, subir y ya está”, enfatizó. Pero no hay luz por lo que tampoco es algo fácil. Tiene que ingresar con la linterna de su celular y bajar todo por las escaleras.
Daniel alquiló un apartamento durante el periodo que demore la reparación del edificio. “La situación es bastante compleja”, aseguró, pero dijo que su idea es regresar al departamento una vez que esté arreglado: “Por supuesto que voy a volver, es el lugar que queremos”.
La víctima de la explosión dijo que la relación que tenía con los demás residentes era de vecinos, pero ahora están más unidos y en contacto que antes. “Como pasa con cosas de este tipo, las comunidades se unen”, destacó.
Otro residente -que prefirió permanecer anónimo- también dijo que ahora están “en el mismo barco”. Y contó a El País: “Vamos mejorando, después de un tiempo los decibeles van bajando y uno se va acomodando de vuelta”.
De todas formas, confesó que volver a entrar al edificio que parece haber sido bombardeado es “muy removedor”. Piensa que estas cosas se afrontan en “el día a día”.
El hombre tiene dos niños, pero en el momento de la explosión estaban en el colegio. Él también dice que regresará a vivir en el apartamento porque no tiene recursos para mudarse a otro lugar.