EL FÚTBOL Y YO
El periodista y comunicador resaltó a José Pedro Damiani como el mejor presidente, admitió que le sigue costando ir al Campeón del Siglo y destacó a Spencer, Joya, Morena, Bengoechea y Pacheco.
Eligió a José Pedro Damiani como el mejor presidente, al 5-0 como el mejor clásico que vio, pero no el que más disfrutó. Coloca a Alberto Spencer, Juan Joya, Fernando Morena, Pablo Bengoechea y Antonio Pacheco en un sitial muy alto. El periodista y comunicador Fernando Vilar se confiesa enfermo de Peñarol, pero con una pasión que va por dentro, porque no le gusta exteriorizar su enfermedad ni tomarle el pelo a nadie.
-¿Cómo comenzó el amor por Peñarol?
-Mi amor por Peñarol es parte de mi vida y todo de casualidad. A mí todo lo que me ha pasado en mi vida es casualidad, el trabajo, la salud, Peñarol. Yo llegué de Portugal en el año 60, en 1961 Peñarol jugaba la final de lo que era la Intercontinental con Benfica de Portugal. El primer partido se jugó en Lisboa y ganó Benfica 1-0 y la revancha se jugó acá en el Estadio Centenario. Un medio pariente lejano de mi padre lo invita a ir y mi padre va y me lleva a mí. Con seis años nunca supe a dónde fui, no supe qué vi, lo único que recordé toda la vida es que había mucha gente, unos pibes que corrían allá abajo. Fui a pasar una tarde diferente en mi vida y nunca supe lo que era. Lo que pasa es fue mucho el bullicio porque Peñarol ganó 5-0, imagínense lo que era para un equipo uruguayo jugar una final Intercontinental contra un equipo europeo y hacerle cinco. Era lo locura y yo escuchaba aquella gente que gritaba, se desgarraba y se abrazaba. Salí de ahí y a los pocos días veo en los diarios reflejado aquello y empiezo a preguntar y me comienzan a contar. Que era un cuadro de fútbol, que era Peñarol, que acá había dos cuadros grandes y no me pregunten por qué pero empecé a leer esos recortes de los diarios cuando aparecía una camiseta blanca y negra porque en aquel momento no había colores en los diarios. Y así me fue metiendo, hasta el punto que ya después iba solo al Estadio a ver eso.
-¿A partir de qué edad empezaste a ir solo?
-Tendría unos 10 u 11 años, pero cuando te digo solo era porque iba con algún compañerito de clase. Sin ningún adulto, porque en aquella época era muy habitual.
"Esta laguna enorme de que no hacemos nada a nivel internacional te duele un poco y te quita un poco de pasión"
-¿Ahí empezó a crecer la pasión?
-Y… me fui enterando de los nombres de los equipos, de los jugadores, con qué cuadro jugaba. Y después al poco tiempo vino lo del 66 y ya era más grande. Vino el partido con Real Madrid, voy al Estadio a verlo. Y así fue. También llegó la rivalidad con los compañeros y la pregunta: ‘¿vos de qué cuadro sos?’ ‘Ah, de Nacional, ta’ a vos no te hablo’. Y cada vez más hasta que terminé enfermo.
-¿Muy enfermo?
-Es una enfermedad que no tiene cura. Hay momentos que baja la adrenalina y hay momentos que sube. Cuando vos vez que se hacen cosas muy mal hechas muy a menudo y el muy mal hecho muy a menudo es errar un penal tres veces o no atajar ninguno o tirar centros por detrás del arco o dormirla en un partido y que te lleve a decir ‘vo, me duelen los ojos’. Ahí baja la adrenalina. Y hay momentos que sube. Yo vi todas las consagraciones de Peñarol del 61 para acá y entonces esta laguna enorme de que no hacemos nada a nivel internacional te duele un poco y te quita un poco de pasión.
-¿Hasta qué punto?
-Y, tengo un palco en el estadio de Peñarol y no iba casi nunca porque no tenía qué ir a ver. Para ver lo que veía, que te dolían los ojos, prefería estar en mi casa, sentado en un sofá y con la estufa a leña prendida. Con toda la excursión que implica ir al estadio de Peñarol, que es como ir al Interior, para que te duelan los ojos…
"No soy de tomarle el pelo a nadie. Por ejemplo, en el 5-0 de Peñarol a Nacional, yo sé que hubo un montón de gente que se desbocó, pero yo no".
-Por esa enfermedad, ¿qué fuiste capaz de hacer por Peñarol?
-La particularidad es que la enfermedad siempre fue por dentro, para propios y para extraños. No soy de tomarle el pelo a nadie. Por ejemplo, en el 5-0 de Peñarol a Nacional, yo sé que hubo un montón de gente que se desbocó, pero yo no. Cuál es mi razonamiento, ya bastante tenés que te hicieron cinco goles que encima venga Vilar a mojarte la oreja. Y tampoco lo exteriorizo demasiado.
-¿Por qué?
-Primero por quién era, yo trabajaba para un público que tenía que ser hincha de todos los cuadros y además porque soy un poco tímido y me da un poco de vergüenza. Y, además, porque las condiciones sociales no están dadas como para que vos exteriorices nada.
-¿Pero de chico tampoco?
-Vos sabés que no. Lo más loco… dos locuras hice. Una que fue ir a verlo con Vélez Sarsfield a Liniers. La locura ahí es que casi me agarro a trompadas con los hinchas de Peñarol, porque yo pedía respeto para la gente. No quería que le caminaran por arriba del que estaba sentado o que le pongan la bandera adelante. Tuve unos líos grandes y me prometí a mí mismo que nunca más iba a ver a Peñarol al exterior. Y la otra locura es que un día venía de Minas, en el día de la madre, con mi mujer y mis hijas y por casualidad en la ruta 8 me sale por delante el ómnibus de Peñarol que iba a jugar un clásico al cual yo no iba a ir. Mis hijas lo ven y una me dice: ‘Papá, ese ómnibus amarillo y negro. ¿no es el de Peñarol?’. Miro y veo en el asiento de atrás a (Pablo) Bengoechea, (Óscar) Aguirregaray y dos o tres más. Me piden para ir, día de la madre, miro para el costado de reojo, encontré la respuesta adecuada: ‘Vayan’. Y fuimos. Peñarol ganó. No me preguntes cómo, pero me encuentro con Bengoechea un día y me dice: ‘Usted debería ayudarnos a una cábala’. Le pregunto: ‘¿Qué cábala?’. Y ahí me dice: ‘El día que jugamos el clásico, usted fue con el autito blanco detrás del ómnibus, me contó el Vasco. Y ahora cada vez que haya un clásico usted podría venir con el auto atrás’. Todos los clásicos tenía que almorzar a las 11, mi mujer encantada de la vida (risas), pero iba con las chiquilinas. Entonces para ella era Disney cada vez que había un clásico. Iba hasta Los Aromos, ya estaban todos avisados, me ponía pegado al ómnibus y hacía la caravana.
-¿Cuánto duró esa cábala?
-Hasta que un día, al salir del estadio, las chiquilinas iban con globos amarillos y negros y casi la veo fea con los hincha de Nacional. Entonces, me dije: ‘hasta acá llegó la locura’. Ahí se terminó. De ahí para acá va todo por dentro. Ojo, mirá que termina un partido y escuchó las grabaciones de los goles, leo los diarios, pero ahí y nada más.
-O sea, ¿la alegría siempre va por dentro?
-Totalmente. Es raro pero es así. Mirá que es tal cual, no me hables, no me llames, no me escribas. Termina el partido y puedo escuchar a todas las radios, las grabaciones de los goles y quizás dos horas después de un partido sigo enchufado, pero por dentro. No le tomo el pelo a nadie. Me parece una falta de respeto tomarle el pelo a alguien. El dolor que implica para el que es hincha la derrota… Por ejemplo, esta eliminatoria de Copa Sudamericana con Nacional, yo no te puedo explicar el dolor que sentía a cuenta de que perdiéramos. Me imaginaba perder y me decía ‘por favor, no; por favor, no’. Pero de verdad, no podemos. Y los de Nacional pensarían exactamente lo mismo. Entonces, calcula al que pierde, el proceso interno que tiene, está mal con la familia, con el laburo, y encima un pelotudo tomándole el pelo… No, no seas malo. Conmigo, no.
-¿El gol que más gritaste?
-El de Diego Aguirre contra América de Cali en la final de 1987. Muchísimo más, y no me preguntes por qué, que el de Fernando Morena en Chile contra el Cobreloa o que todos los demás. Yo había ido al Chuy, en un fin de semana de familia, y venía por la Ruta 9, manejando en el auto y con mi mujer y mis hijas durmiendo, y hace el gol Diego Aguirre y yo no podía gritar dentro del auto porque las despertaba. Entonces, paré el auto y empecé a correr por la Ruta 9 alrededor del auto gritando por Peñarol. No me puedo olvidar más por las circunstancias. A ver, lloré con el 4 a 2 a River, lloré pero solo en el barrio porque en mi cuadra eran todos de Nacional y estaban todos deseando que perdiera, pero el de Aguirre contra el América sigue siendo el gol más increíble. Es como de una película.
-En tus tiempos de adolescente, ¿qué jugador admiraste más?
-De chico, (Alberto) Spencer y (Juan) Joya. Después Morena, luego Bengoechea y Antonio Pacheco. Me olvido de un montón. Pero vez, nunca tuve en mi casa un poster de ellos. Y eso que Bengoechea, por ejemplo, vino a un par de cumpleaños de mis hijas. Y con Pacheco fui a la casa 20 veces y no tengo ni una foto suya. No tengo ninguna foto con Pacheco ni ninguna con Bengoechea yo solo, que sí tengo con Morena. Uno va cambiando.
-¿Cómo te arrimaste a la vida institucional?
-En el año 2011, acababa de morir mi madre y yo recibo una llamada de Juan Pedro Damiani, que me había visto en el Palacio Peñarol haciendo de maestro de ceremonia, etc. Me dice que quiere que integre su lista y me acuerdo las palabras que le dije. Me cagué, literalmente, me decía a mí mismo desaparece Vilar, por lo mismo, porque si yo trabajaba en un lugar público no tenía que tener de clientes solo a los hinchas de Peñarol, además siempre fui muy respetuoso. Le digo: ‘Juan, debés tener 2.000 haciendo fila para que le digas lo que me acabás de decir a mí. Dejame a mí afuera’. Mi insistió, que dijo que quería que yo estuviera. Tanto no quería estar que el día que no quedé fue tremendo alivio. Me puso en el lugar 10 y me permitió ver la cosa desde otro punto de vista. La foto institucional de la lista, las conferencias de prensa, yo figuraba para la foto, pero siempre pensando que no debía salir y no salí. Pero me invitan a trabajar en las divisiones formativas y la comisión se reúne en el mismo lugar que el Consejo Directivo, en el mismo salón. Es lo mismo, pero con 18 mil quilombos diferentes, porque en cada división tenés 25 potenciales problemas. En cada divisional tenés 25 pibes y está el que necesita plata para ir a Artigas a ver a los padres, el que fuimos a la casa y tiene piso de tierra, el que se tiene que operar y no tiene plata, el que encontramos a algún chiquilín en alguna cosa o en otra. Eran dos horas y media o tres las sesiones de juveniles, estuve un año y pico y dije esto no es para mí. Es muy desgastante y admiro a las personas que le regala cantidad de horas al fútbol y el hincha no lo entiende, no se da cuenta.
-¿Pusiste bronce para la estatua de Bengochea en Los Aromos?
-No.
-¿Qué te pareció esa iniciativa?
-Me parececió bárbaro, pero me dolió. Primero porque un equipo de fútbol no es un jugador. En la historia de cualquier cuadro de Peñarol y de cualquier cuadro de Nacional hay uno que es el que la gente marca, pero hay cinco o seis más que son trascendentes porque sino ese solo no podría hacer algo. Entonces, me encantó pero me dolió. Me dolió porque me pareció que Morena también merecía, ‘Lito’ Silva, Spencer, Joya, Rocha, lo merecían. Y, además, con una diferencia, en aquel momento jugaban por la camiseta, porque hoy los genios la están pasando bomba y vos tenés que hacer ocho horas por día. En aquel momento, aquellos, también hacían ocho horas por día y después hacían goles, entonces me parece que merecían más todavía.
-¿A qué edad tuviste la primera camiseta de Peñarol?
-Pahh, vos sabés que no sé. Creo que mi primera camiseta de Peñarol me la compré yo. Siempre fui de una familia muy humilde y tampoco era muy fácil conseguirlas. No sé muy bien si era porque eran muy caras o porque no se hacían. Mirá lo que te voy a contar, la primera camiseta de Peñarol que hubo en mi casa fue la de mi hermano, al que se la regalé yo cuando empecé a laburar por primera vez. El gurí tenía 8 años y yo le regalé un equipo completo de Peñarol y yo no tenía nada, ni media, ni pantalón ni camiseta. La mía creo que me compré yo, pero ya sin símbolo. Después me han regalado algunas.
-Si le tenés que poner un número a la camiseta, ¿cuál te gusta?
-El 10. Es con el que me hubiera gustado jugar al fútbol si hubiese sido jugador de fútbol. Cuando jugé lo hice de 7, de puntero derecho. Era rapidito, corría y tiraba el centro. Allá va, arreglate, o es del arquero o del 9. El que respira fútbol en un equipo tiene el 10 en la espalda o el 8, pero me llevo más por la 10, me parece que es la camiseta que representa más al que respira fútbol.
-¿El mejor clásico?
-El 5-0. A ver, fue el mejor clásico que vi, pero no fue el que más disfruté. Los dos que más disfruté fueron aquellos que Peñarol remonta uno 2-0 y se pone 3-2 y otro 3-1 y se pone 4-3. Esos dos clásicos casi no me dejan ir a trabajar al otro día porque me quedé sin garganta. Y de la misma forma que recuerdo esos dos clásicos también recuerdo aquel que (Carlos) Bueno hizo dos goles, íbamos ganando 2-0 y entre (Sebastián) Abreu y el “Lucho” Romero, que había cambiado de cuadro, nos lo dieron vuelta. Lo tengo también en las retinas, porque te cuesta creer que un cuadro que vaya ganando 2-0 pierda 3-2.
-Compraste palco, ¿estuviste de acuerdo con el estadio propio desde el comienzo de la idea?
-Sí. Lo único que no me gustó, no me gusta y no me gustará es el lugar. Quería que Peñarol tuviera un estadio, porque cuando yo era joven puse guita para el ‘Coloso, creo que se llamaba’. Una joda que alguien armó y era para el estadio y nunca hubo. Eran 124 años con el verso y quería estadio, no me gustó el lugar, definitivamente no me gustó. El estadio me gusta, pero no el lugar, porque me sigue costando ir. Peñarol juega a las 15 y ese día tenés la tarde perdida. Tenés que almorzar a las 12, salir a las 13 y volver a las 18 o 19 horas. Sé que hay tratativas para lograr una salida más fluida, pero mientras tanto es un parto.
-¿Un presidente?
-El contador (José Pedro) Damiani. Para mí fue un gran presidente y, además, una enciclopedia de vida. Las frases y los dichos del contador eran únicas, no hay otro. Para mí fue un ejemplo de vida, capaz que no comulgaba mucho las cosas que pudo hacer por Peñarol o las cosas políticas, porque fue político, pero me parece como folcklore de la vida el contador estuvo despegadísimo.