BOSTON RIVER
El entrenador celebró la cuarta permanencia de su carrera en su casa de Pinamar con una picadita y un whiskicito que se merecía.
Después que Boston River le ganara a Liverpool por 1 a 0 y lograra la permanencia en Primera División, Juan Tejera recibió el llamado de su hijo Jesuan, el papá de su única nieta, Paulina, de seis años.
Más tarde, en la soledad de su casa de Pinamar, porque su mujer estaba acompañando a su madre en el sanatorio, disfrutó de una picadita de jamón, el que compra por feta gruesa, y queso. Y se sirvió un whiskicito con hielo. Se lo merecía.
Se acostó tarde, cerca de las dos de la madrugada. Y ayer se despertó temprano, a las 8 ya comenzaron los llamados de los medios de prensa. Los que continuaron a lo largo de todo el día. “Esa noche me pasaron muchas cosas por la mente. La satisfacción de haber logrado otra vez el objetivo y también pensando en lo que puede venir. Por suerte pensé muchas cosas lindas. Disfruté de ese momento aunque estaba solo”.
Dicen que es un bombero porque Boston River fue el cuarto equipo al que salvó del descenso. Lo que ya había hecho con Racing en dos oportunidades y otra vez en Fénix. O un técnico bicho. Él se ríe y dice que no se identifica con ninguna de las dos cosas. “Soy un entrenador que logra objetivos, que trabaja, que tiene buena relación con el grupo de jugadores y que es exigente. Cuando las papas queman recurren a uno, por eso lo de bombero. Me gustaría estar en un club que quiera hacer un buen trabajo, que traiga jugadores y que esté al día. Y que la apuesta sea una Copa Sudamericana como mínimo”.
La campaña de Boston River, como la de la mayoría de los equipos, fue irregular. Arrancó liderando el torneo, luego tuvo un bajón de seis partidos perdidos en forma consecutiva y repuntó al final. Uno de los puntos de inflexión fue cuando venció a Nacional después de haber sido goleado por Danubio. “Ese fue un cachetazo muy fuerte, que nos costó. En casos así, lo primero que hago es saludar a los jugadores y felicitarlos por el esfuerzo. Al otro día lo mismo y a trabajar. No hablo porque todos estamos de mal humor tras un resultado como ese. Enojados, molestos, preocupados y no vale la pena decir una palabra de más. Hay que bajar las revoluciones. El silencio a veces dice más que las palabras”, explicó, quien al elegir entre los juegos frente Nacional y Liverpool se quedó con el primero.
“Por como se dio, jugando 60’ con un hombre menos resalto más el partido con Nacional. La entrega de los jugadores dentro de la cancha fue impresionante, igual que los que empujaban de afuera”.
Violetas
Con la permanencia de Boston, se decretó el descenso de Defensor Sporting, un club que no le es ajeno pues allí, a instancias de Juan Ahuntchain, comenzó su carrera como entrenador. “Era una situación complicada por los años que estuve en el club y más después, de ver las imágenes de los muchachos en la cancha al terminar el partido. No voy a decir que me dio lástima, pero me jodió porque a algunos los tuve de adolescentes y verlos vivir ese momento, me dolió”, admitió. “Sentí tristeza de que un club que me abrió las puertas para trabajar, aunque quizás luego se olvidó rápido de lo poco que hice bien, haya bajado”.
Sus inicios como entrenador
Fue Amandio Méndez, el preparador físico de Sud América donde jugaba, quien le sugirió que hiciera el curso de entrenador. Allí fue compañero de Mario Alles y Miguel Falero, quienes ya trabajaban en Defensor Sporting. Un día Juan Ahuntchain les preguntó qué compañeros tenían en el curso y les pidió que le dijeran a Tejera, de quien había sido compañero en Fénix que fuera a hablar con él. Comenzó yendo a ver a los rivales y luego empezó a trabajar en el club.
Tejera cree, además, que la falta de experiencia de los jugadores violetas para pelear el descenso, algo que no es nuevo para los del Boston, también tuvo que ver. “Capaz que muchos de ellos subieron a Primera con la ilusión de pelear los campeonatos o ser campeones, porque Defensor está acostumbrado a eso. Y verse en las últimas fechas peleando el descenso no debe haber sido fácil para ellos. Nosotros, en cambio, teníamos un plantel que está acostumbrado a estas cosas. Y yo también sé de manejar estos grupos, ese fue un plus que tuvimos a favor”.
Puerto Rico
“Candombe de Pan de Azúcar y Avellaneda”, cantó Tejera para explicar que se crió en la Unión. En realidad en Puerto Rico, una zona a cuatro cuadras de 8 de Octubre y Pan de Azúcar, dentro de la Unión. “Era una zona de muchos quilombos. Un ambiente medio jodido, pero luego con el tiempo fue cambiando. Éramos seis hermanos y mi padre tenía una cantina y vendía carne clandestina. Algo que era común en aquellos tiempos. Vendía dos reses por día y con eso y la cantina traía el sustento a la casa”, relató sobre la niñez que pasó jugando al fútbol en calles y campitos.
Luego armaron un cuadro de juveniles, entre 14 y 18 años, y salían en camión a jugar por otros barrios. “Jugábamos los campeonatos de Cabrera, que eran nocturnos. Eran de hacha y tiza, muy duros. Y donde jugaban muchas figuras, futbolistas profesionales como Cincunegui, Héctor Santos, y el “Maño” Ruiz, entre otros. Era muy lindo con la gente de los barrios alentando a su equipo y algunos problemas también de vez en cuando”.
Su mejor momento como futbolista fue en Villa Teresa en 1986, en la B. “Había sido campeón con Fénix, que subió, pero me dejaron libre. En el Villa hicimos tremenda campaña y me sentí pleno. Es un club precioso que quiero mucho y que tiene una hinchada fiel para la que vos sos siempre el mejor jugador del mundo para ellos. Te respaldaban a muerte, aunque a veces se les iba la mano con lo rivales”.
Dice que era un futbolista limitado y entusiasta, aunque en 1988 jugando por Villa Teresa fue elegido el mejor jugador de la B. “Fue un pequeño homenaje nomás, lo mío siempre fue de lucha, sacrificio y entrega, en todos los órdenes de la vida”.
El laburo: 35 años en el Puerto
Tanto en sus épocas de jugador como en las de técnico Tejera trabajó paralelamente. Primero en la fábrica de acero inoxidable Benas y luego, durante 35 años, en el Puerto. Jugaba en Central y se levantaba a las 5 de la mañana para ir a trabajar a Benas. Ya se llevaba el bolso y de allí se iba al Palermo en el 185. Antes de la práctica se tiraba a dormir una siesta en el pasto.
Al verlo durmiendo en la cancha, el técnico de los palermitanos le ofreció conseguirle en el Puerto, donde ya cumplía funciones el arquero. Pasó a trabajar allí de 6 a 14 horas.
“No había contenedores en esa época y arranqué llevando los vagones para engancharlos y cargarlos. Pasé por varias secciones hasta que terminé en la oficina de control de operaciones”, contó Juan.