FALLECIMIENTO
El hombre había cumplido 95 años hace poco más de un mes, vivía en Durazno y, pese a sus problemas de memoria, recordaba al detalle su viaje a Brasil cuando vio a Uruguay campeón del mundo en 1950.
Saúl Torres Negreira vivió todo lo que tenía para vivir. Disfrutó, durante 95 años, de una vida austera, rutinaria, pero con lo suficiente para grabar en su memoria un recuerdo único: el Mundial de 1950 que Uruguay ganó en Brasil.
El veterano murió este martes a los 95 años, según informó Daniel, su hijo, a Ovación. Era el último hincha celeste sobreviviente del Maracanazo.
Hasta el último día de su vida, Saúl recitaba de memoria los cuentos de aquel día: "Me acuerdo que cuando salimos campeones estuvimos dos días o más en Río de Janeiro. No tuvimos vuelos por dos días y después sí vinimos. Pasamos muy bien. Yo andaba con un tío mío y un compañero suyo de estudio. Eran abogados los dos. Nosotros tres fuimos y volvimos juntos”.
“En Brasil casi que no podíamos hacer nada. No conocíamos a nadie en aquel mundo de gente. Era muy grande la distancia y no sabíamos andar ni qué ómnibus teníamos que tomar. Nos encontramos a unos uruguayos allá, pero de casualidad. Esperamos, y cuando supimos que éramos campeones nos vinimos a festejar a las calles de Uruguay”, recordaba con claridad, pese a sus problemas cognitivos.
El viaje fue posible porque días antes del inicio del Mundial había ganado la quiniela. La suerte estaba tan de su lado que no solo acertó una vez, sino dos en menos de 20 días. Con esa plata (alrededor de $ 20.000) se fue con su tío Paco y Nasim Ache Etchart, padre de Eduardo Ache.
"Estuvimos una semana o más y vimos unos cuantos partidos. Los que no veíamos eran los que no se jugaban en Río de Janeiro porque tenías que pagar los pasajes ida y vuelta y las entradas. Los que se jugaban ahí sí, porque teníamos el hotel pagado. Yo había sacado como 20.000 pesos y con esa plata nos fuimos para allá. Vimos el campeonato y nos vinimos”, rememoró el hincha en su charla con Ovación.
El cuento es tan conocido como atrapante que Daniel, su hijo de 66 años, prácticamente se lo sabe de memoria. Y, con orgullo, lo replicará hasta el último día, cada vez que recuerde a su padre.