DE VOLEA
El presidente asumió y supo que lo que necesitaba la institución era recuperar su ADN. Allí empezó a gestar la llegada a semifinales de la Copa Sudamericana.
Recuerdo que una mañana llamé a Ignacio Ruglio y hablamos de cuál era su idea como nuevo presidente de Peñarol y me transmitió que lo fundamental era devolverle al club el ADN. ¿La verdad? Me pareció una buena iniciativa, pero que le costaría cuajarla. Hoy, con los resultados a la vista sobre todo en el plano internacional, está claro que me equivoqué.
Ruglio tiene mucho mérito en esta realidad. Primero por haber nombrado a Pablo Bengoechea y Gabriel Cedrés al frente del área fútbol; segundo, por haber inyectado ese ADN al poner al histórico capitán Walter “Indio” Olivera a convivir con los futbolistas, a contar sus vivencias y a enseñar lo que es Peñarol. Y tercero porque tuvo espalda y agallas para aguantar a Mauricio Larriera cuando el 99,9% (parafraseando al propio entrenador) de los hinchas pedían su cabeza.
Pero tampoco quiero olvidarme que bajo la presidencia de Jorge Barrera y con Rodolfo Catino a la cabeza Peñarol cambió el rumbo y empezó a proteger su patrimonio. Marcó el camino con la firma de Pellistri y esta dirigencia lo siguió al renovar a Álvarez Martínez y Torres. Por eso hoy Peñarol los disfruta.