SELECCIÓN

La expectativa es grande. Lo es siempre que viene Brasil, rival que enciende la gran pasión futbolera por su grandeza y por la historia que nos une en enfrentamientos inolvidables. La expectativas es inmensa, además, porque Brasil se ha convertido en invencible para la Celeste que orienta el maestro Óscar Tabárez y porque el triunfo permitiría a Uruguay dar un golpe fuerte en la mesa de las Eliminatorias.

El choque llega, además, en un momento de fortaleza espiritual, de confirmación absoluta de que el trabajo en equipo es capaz de proporcionar los elementos esenciales para alcanzar el resultado que se busca. Se podría decir que hay como un clima previo dorado porque se logró triunfar en el Metropolitano de Barranquilla, nada menos que el maldito templo de calor y humedad que ponía de bruces contra el césped los intentos uruguayos.

El modelo de combate deportivo ya quedó expuesto frente a Colombia, porque el equipo consiguió recuperar la consistencia defensiva que se había diluido en las primeras dos presentaciones y eso no significó que se claudicara en la determinación de ser más efectivo en el control de la pelota ni que se retrocediera algunos casilleros en la obsesión por generar fútbol ofensivo.

Ante este Brasil que viene sin Neymar, sin Coutinho y sin Casemiro, Uruguay está en condiciones de saldar por fin su cuenta pendiente a pesar de la ausencia de Suárez. Eso es posible por la personalidad de sus mediocampistas, capaces de transformarse en los esforzados obreros de la recuperación de la pelota como en los elegantes malabaristas del pase mágico.

Si el giro dado en Barranquilla, para dejar atrás la magra presentación en Quito, termina confirmándose en el Centenario, la Celeste tendrá altas posibilidades de ofrecerle a Brasil la contienda deportiva que lo haga tambalear como nunca más se consiguió desde aquel lejano julio de 2001, cuando la corrida del “Chino” Recoba y el penal convertido por Federico Magallanes entregó la última alegría frente a los norteños.

Por eso hoy, en una doble fecha que empezó a grito pelado, solo queda decir: llegó la hora de sacarse la espina.