El récord mundial "imposible" que su autor jamás pudo repetir

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Bob Beamon

EPISODIOS INCREÍBLES

Bob Beamon salto 8,90 metros en los Juegos Olímpicos de México: la marca duró casi un cuarto de siglo

En opinión de algunos, la ley de la gravedad dejó de actuar durante un segundo. Para otros, un ángel lo tomó de los brazos y lo impulsó más allá de lo imaginable. El propio involucrado no lo podía creer y nunca supo explicarlo.

El 18 de octubre de 1968, durante los Juegos Olímpicos de México, el atleta estatounidense Bob Beamon registró ocho metros noventa en el salto largo, destrozando el anterior récord mundial por 55 centímetros y estableciendo una marca que duraría casi un cuarto de siglo. Y que solo una persona, una sola vez, pudo superar hasta hoy. Fue el récord mundial “imposible”.

Los Juegos de México resultaron intensos, apasionantes, desmesurados, en un panorama mundial también muy agitado en 1968. Tuvieron el antecedente inmediato de la masacre de los estudiantes que protestaban en la plaza de las Tres Culturas y asistieron a la protesta del Black Power, pero en pistas y piscinas se produjeron marcas espectaculares. Hasta el deporte uruguayo vibró con la gran actuación de Ana Norbis en natación.

En aquel escenario, Beamon fue héroe por un día y para siempre. Había nacido en 1946 en South Jamaica, un barrio pobre de Nueva York. No conoció a su padre biológico y su madre murió muy joven. El chico creció al cuidado de su padrastro alcohólico. Fatalmente, Bob tuvo problemas con la policía y terminó en un instituto de rehabilitación. Allí lo descubrió Larry Ellis, un entrenador de atletismo con cierto prestigio.

Beamon medía entonces 1,91, por lo cual consiguió una beca de la Universidad de Texas para jugar al básquet. Pero al mismo tiempo era muy liviano, por lo cual parecía destinado a saltar. Nunca hizo pesas porque no era lo acostumbrado en su tiempo. Y él siempre sostuvo que lo mejor era tener los músculos flexibles para el salto.

A los 15 años ganó su especialidad en los Juegos Olímpicos Juveniles de Nueva York con 7,34 metros. “Esa medalla de oro fue tan importante para mí como la de la Ciudad de México. Me demostró que podría salir adelante con algo que valiera la pena en mi vida”, recordó.

Años después consiguió el récord nacional de salto triple y estuvo cerca del de salto largo. Cuando llegaron los Juegos Olímpicos de México, él era uno de los favoritos, aunque se trataba de primera competencia importante. Y los nervios se notaron: el día de la clasificación tuvo saltos nulos en los dos intentos iniciales, lo que lo llevó a exagerar los cuidados en el tercer salto para no quedar eliminado. Se elevó casi un metro antes de la madera e incluso así hizo 8,19.

Según contó años más tarde en su autobiografía, esa noche se tomó un par de tequilas para aflojar los nervios y tuvo sexo con su novia.

La altura de Ciudad de México (2.250 metros) aseguraba una menor resistencia del aire. Y el viento de cola, de dos metros por segundo aquel 18 de octubre, día de la final de salto largo, era el máximo permitido para que una marca fuera válida. Muchos pensaban que el récord mundial de 8,35 metros, que compartían el estadounidense Ralph Boston y el soviético Igor Ter-Ovanesyan, corría peligro.

Los tres primeros saltadores tuvieron intentos nulos. A las 15.45 fue el turno de Beamon. Corrió 44 metros en 19 pasos, saltó y pareció volar por un instante. Así parece mostrarlo la foto que acompaña esta nota, una de las imágenes icónicas de la historia del atletismo.

“Al pararme al final de la pista de aceleración me sentí muy confiado, corrí con una gran fuerza y cuando salté de la madera me di cuenta que estaba arriba más tiempo de lo que solía estar”, recordó. “No bajé hasta media hora después”, agregó, ya en tono de broma.

Cuando por fin tocó tierra todos comprendieron que había sido un gran salto, pero el veredicto oficial se demoró porque la medición óptica no estaba preparada para un registro tan largo. Los jueces tuvieron que medir a mano con una cinta. Solo 20 minutos más tarde se conoció la marca: 8,90 metros.

Como buena parte de los estadounidenses, Beamon no tenía idea del sistema métrico decimal, por lo cual demoró en reaccionar. El propio Boston le explicó: “Fueron más de 29 pies”. Bob se derrumbó sobre la pista por la emoción y enseguida se puso a llorar.

“Destruiste la competencia”, le dijo, un poco como elogio y otro poco como reproche, el anterior campeón olímpico Lynn Davies. La jerga del atletismo ganó un nuevo término, “Beamonesco”, para designar un hecho fuera de lo común.

Hasta entonces, el récord de la especialidad se batía de a pequeños tramos, unos cinco a diez centímetros cada vez. Beamon lo superó por 55 centímetros...

Luego se conocieron otras mediciones que muestran la magnitud de aquella proeza: el atleta llegó casi hasta los dos metros de altura con un ángulo de 24 grados y estuvo 93 centésimas de segundos en el aire, en una acción que duró seis segundos en total.

Hubo enseguida un segundo intento, en el que apenas superó los ocho metros. Como empezó a llover se suspendió la prueba. En realidad, se dio por terminada; nadie iba a poder superar ese récord. De hecho, Beamon nunca pudo siquiera igualar su propio registro.

Tras los Juegos, Beamon compitió poco y sin grandes logros. Su mayor distancia fue de 8,22. “Simplemente perdí la motivación y me dije que lo mejor sería dedicarme a otras cosas”, justificó.

Los Phoenix Suns de la NBA lo seleccionaron un año más tarde en el draft, pero nunca llegó a jugar. Se graduó con un título en sociología. Fue entrenador de atletismo y participó en diversas actividades relacionadas con el deporte, incluida la recaudación de fondos para el Comité Olímpico estadounidense. Cuando se estableció el Salón de la Fama Olímpico en su país, fue uno de los primeros atletas en ser admitido. Y se dedicó al diseño, otra de sus pasiones, dibujando desde corbatas hasta calzado deportivo.

El 30 de agosto 1991, el récord de Beamon fue batido dos veces en la misma competencia, el Mundial de atletismo de Tokio. Y fue la noticia del día en el planeta. Sin embargo, solo uno de esos saltos fue legal: el intento de Carl Lewis de 8,91 se anuló debido al exceso de viento. El cambio, el de Mike Powell, de 8,95 m, fue validado y sigue siendo hoy la marca mundial. Los 8,90 de Beamon continúa siendo récord olímpico.

“Lo fundamental es estar preparado para el día D, y la mayoría de los atletas no están preparados para ese día. Todos los días hay que estar preparado por si ese día, justamente, es el día D de sus vidas, el momento crucial, mágico”, declaró Beamon hace dos años a El País de Madrid. En el presente vive en Miami.

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