EL OTRO PARTIDO
A los 7 años entró al quirófano con una foto de Van Damme, sufrió las cicatrices, hizo un click y hoy es luchador profesional.
Hasta los 15 años no quería que vieran sus cicatrices por nada del mundo. En la playa se tapaba con una toalla y se negaba a exhibirse como cualquier persona normal. Pasó por varias operaciones siendo niño y nunca imaginó todo lo que iba a vivir. Gastón Reyno cumplió sus sueños y no se detiene. Va por más y está dispuesto a competir durante toda su vida porque la palabra rendirse no existe en su diccionario.
Tiene 34 años y hace más de 10 que se fue a Estados Unidos a perseguir una meta que terminó cumpliendo: ser luchador profesional de Artes Marciales Mixtas (MMA). Pero nada fue fácil. Le pasó de todo, pero se fue haciendo camino al andar y hoy disfruta de su vida en Miami a pesar de la pandemia.
De niño sus ídolos no eran futbolistas ni basquetbolistas. Se hizo fanático de varios personajes relacionados a la lucha o peleas. Y casi sin saberlo, siendo muy chico tuvo varias peleas de las que salió ileso, aunque con secuelas que luego pudo dejar atrás. “De la primera operación no me acuerdo porque tenía dos años y es la cicatriz más grande que tengo. Es grande ahora, imaginate cuando era niño... Me habían abierto como quien abre un pescado y la cicatriz no creció, crecí yo. Esa fue una operación por problemas intestinales que hoy con los avances tecnológicos vas y con un láser estás pronto. En aquel momento me cosieron con un cuchillo de plástico. Después tuve otra a los 7 años por una hernia umbilical. Era un niño débil y estaba complicado. Era sobreprotegido también porque soy de una familia muy trabajadora. Mi padre es camionero y mi madre enfermera. Tenían que trabajar y cuidarme. Los que más sufrieron fueron ellos. Yo no tanto”, le contó a Ovación recordando esas andanzas de una niñez en la que ya tenía claras sus metas, objetivos y sueños para la vida.
Y mucha agua pasó por abajo del puente mientras se sobreponía a esas operaciones. “Estaba perseguido porque si mirás mis fotos hasta los 15 años aparezco con una toalla o tapándome siempre esas heridas. Era prácticamente imposible verme de remera. Pensaba mucho y decía que quería juntar plata para operarme esas partes o hacerme tatuajes para taparlas. Pero el click lo hice cuando tuve mi primera novia, que me vio la cicatriz, me preguntó de qué era, no le importó y yo le seguía gustando. Ahí dije, ‘ta, esto no es nada’. Me acostumbré. Tanto me acostumbré que cuando me fui a Estados Unidos todos miraban las cicatrices y pensaban que era un samurai de la Guerra. Y no me importó. Lo naturalicé y como no tengo tatuajes, esas son mis marcas”, dijo.
Jugó al fútbol en el Dryco, pero no era un gran jugador porque se sentía débil físicamente por todas esas operaciones, aunque tenía una carta bajo la manga: su padre, al ser camionero, llevaba a todo el plantel y tenía su lugar asegurado en el equipo. “No me sentía inferior, pero era malo. Después con el tiempo me fue mejor pateando cabezas que la pelota (risas). Era lateral derecho”, recordó el “Tonga”, que en la segunda operación ya tenía las cosas claras: el fanatismo por Jean-Claude Van Damme.
“De chiquito me encantaba. Como a otros les gustaban los Teletubbies a mi me fascinaba Van Damme. Era mi ídolo. Mi madre me dejaba ver sus películas y mi cuarto estaba lleno de pósters de él. Una vez en la feria compré una imagen de él como quien compra la de Ricardo Montaner, que eran para luego pegar en las remeras. Yo no la pegué, me la quedé conmigo y a la última operación entré al quirófano con esa imagen que la tenía como si fuera una virgen. Era mi amuleto de la suerte”, recordó.
Dejó el fútbol y se pasó al taekwondo ya que no se lograba destacar en ese deporte ni en básquetbol. Empezó con las artes marciales y no las dejó nunca más: “En taekwondo no tenía problemas porque sos vos contra vos mismo, la carrera por el cinturón negro y todo eso. Le pegaba a una placa de Rayos X que hacía un montón de ruido y eso me generaba mucha confianza. Después iba rompiendo una tabla que estaba para eso y me sentía Superman. Me gustaban las artes marciales y después de eso pasé a ser fan de los Power Rangers y las Tortugas Ninjas, que siempre estuvieron ahí porque mi sueño era ser uno de ellos”.
Es comentarista para ESPN
Gastón Reyno vive un presente que jamás imaginó. De mirar peleas con un amigo por televisión pasó no solamente a subirse a una jaula sino también a comentarlas en cadenas internacionales. “Lo primero fue en Europa. Necesitaban un peleador latino para una gira y me prendí. Había que ir a Viena, Berlín, Budapest y Londres. Imaginate, yo no conocía y ahí fui. Era para hacer comentarios tontos, no hablaba mucho. Después vino un llamado de Univisión, me fue bien y ahora estoy en ESPN con una barra de gente espectacular que la considero como mi familia, más allá de que estamos separados por la pandemia, parece que hace 15 años trabajamos juntos y me encanta”.
Lejos de identificarse con un jugador de fútbol, el “Tonga” tenía a luchadores como ídolos. De chico le encantaba tirar patadas, puños y hasta tenía un palo de escoba con el que simulaba ser Donatello de las Tortugas Ninjas. “Quería ser como él. Si fuera por mí yo tendría caparazón. Ese era mi sueño. No lo logré pero por lo menos pude tirar patadas”, dijo entre risas.
Del taekwondo se pasó al kick boxing y al muay thai. Empezó a pelear a escondidas de sus padres que no querían que fuera luchador, pero tenía la complicidad de su hermana, su amiga fiel, la que le bancó todas las locuras en esos inicios en las que el gran sueño era aparecer en un afiche promocional. “Cuando me tocaba pelear decía en casa que me iba a un seminario o a jugar al fútbol y que me quedaba en lo de un amigo. Me empezó a ir bien. Gané una, dos, tres peleas hasta que me tocó ser el luchador de fondo de un evento que se hizo en el club Colón, ahí en San Martín y Fomento. Era Argentina contra Uruguay y hacían afiches para que la gente compre entradas. Ahí me dijeron para estar en el afiche de la pelea y yo sabía que mis padres se iban a enterar, pero me ganó el ego de querer cumplir ese sueño. Les dije que sí. Me acomodé el pelo medio a lo Mambrú como se acostumbraba en esa época y a los pocos días se enteró mi padre. Peleaba un sábado y se enteró un martes por un vecino que le dijo ‘¡felicitaciones! Vi que Tonga va a pelear’. Llegué a casa y saltó todo eso porque cuando yo les dije que quería pelear me habían dicho que no”, recordó.
Y de esos golpes Gastón Reyno fue aprendiendo porque se subió al ring en el club Colón, lo golpearon, lo tiraron contra las cuerdas y perdió feo. “Me bajé y dije para mí ‘no quiero que me pase esto nunca más’. Empecé a entrenar muchísimo, todos los días, y con 16 años me creía un profesional sin serlo, obviamente, pero después me dijeron una frase que me vino como anillo al dedo que decía ‘vos si querés ser profesional tenés que creerte profesional. Listo, no se hable más. Seguí con todo”, contó.
Tanto siguió el “Tonga” que pasaron los años y tras trabajar como ayudante de mozo en un restaurante de la Ciudad Vieja decidió irse a Estados Unidos a seguir su carrera de taekwondo y muay thai. Pero al poco tiempo se dio cuenta de que con esas disciplinas no iba a poder vivir. Conoció la jaula y las artes marciales mixtas lo atraparon.
Se considera un patriota que ama Uruguay y además de ser fanático de Van Damme y las Tortugas Ninjas, tiene otro ídolo: José Gervasio Artigas. “La gente piensa que estoy loco, pero nada que ver. Lo admiro a Artigas y siempre que puedo voy al Mausoleo. Algunos tienen eso con una virgen por ejemplo, que van y rezan, bueno, yo tengo ese acercamiento con Artigas. Amo su historia y para mí es un orgullo enorme ser uruguayo porque por suerte pude conocer muchas culturas y países y sigo pensando que los uruguayos no somos ni mejores ni peores, somos diferentes. Somos una familia de más de tres millones”.
Gastón Reyno disfruta hoy de su presente de sueños cumplidos y otros que quedan por cumplir: “Hoy en día mi meta es poder formar una familia. Cuando me fui a Estados Unidos quería que mi mujer fuera uruguaya porque no me imaginaba diciéndole ‘I love you’. Ahora eso cambió y al vivir en Miami es diferente. Tan diferente que mi novia es de Puerto Rico y no te digo que me encanta el arroz con habichuela, pero compartimos muchas costumbres. También quiero seguir peleando porque creo que estoy mejor que cuando tenía 25 años. Con 34 físicamente me siento muy bien y técnicamente también. Si fuera por mí competiría toda mi vida. El día que deje de pelear en la jaula competiré en otra cosa, pero no voy a dejar de competir porque me encanta”.