FUERA DE SERIE
La jugadora serbia era la número uno del mundo cuando sufrió el ataque de un fanático de Steffi Graf: demoró dos años en volver al tenis y ya no fue la misma de antes
Uno de los momentos más influyentes en la historia del tenis femenino ocurrió el 30 de abril de 1993 en Hamburgo, pero no hubo raquetas ni red de por medio. Solamente un cuchillo de cocina. Ese día, un desquiciado atacó con esa arma a la jugadora serbia Mónica Seles, la mejor jugadora del momento, durante uno de los descansos del partido contra Magdalena Maleeva.
El agresor estaba en la tribuna y se acercó a la baranda de la cancha sin que dos guardias de seguridad se dieran cuenta. En un segundo, clavó su cuchillo en la espalda de la muchacha. Ella cayó al suelo, sin entender lo que le ocurría, salvo por el “horrible dolor”, tal como lo describió. La herida no resultó grave, pero el trauma determinó que Seles demorara dos años en volver a jugar y que nunca volviera a ser la misma.
Hasta el 30 de abril de 1993, Mónica dominaba el tenis como pocas mujeres en la historia. A los 16 años, en 1990, se convirtió en la ganadora más joven de Roland Garros. Y desde principios de 1991 hasta el día del ataque, había acumulado 22 títulos individuales y había disputado la final de 33 de los 34 torneos en los que participó. Por el Grand Slam, sumó seis títulos sobre siete certámenes, elevando la suma de “grandes” conquistados a ocho. Todo eso a los 19 años.
Seles había aparecido como un huracán en las competencias, con un juego agresivo, de golpes secos y duros a dos manos, que acompañaba por gritos estridentes. . “Fue como ser atropellada por un camión”, comparó Martina Navratilova luego de perder ante ella la final de Roma. Fuera de la cancha era una adolescente como cualquiera, interesada en temas de modas o las películas.
Nació en 1973 en Novi Sad, en la entonces Yugoslavia (todavía vivía el mariscal Tito). Como su familia, de origen húngaro, era relativamente pobre, su padre manejó una vez diez horas hasta Italia para poder comprarle una raqueta, el juguete preferido de su hija. Él, dibujante de profesión, puso imágenes de Tom y Jerry en las pelotitas para mantenerla entretenida.
A los nueve años aún no sabía bien cómo se contaban los puntos en su deporte, pero ya era campeona nacional. A los 11 se convirtió en la mejor junior del mundo, lo que llevó a las principales academias de tenis del mundo a competir para ofrecerle becas. “Ganó” la de Nick Bollettieri, la más famosa de todas. Y todos los Seles se mudaron al estado de la Florida, sede de la fábrica de campeones de Bollettieri, cuando ella tenía 14 años.
Cinco años más tarde era la mejor del mundo. Hasta ese día. “Crecí en una cancha de tenis, fue donde me sentí más segura, pero ese día me quitaron todo. Mi inocencia. Mis clasificaciones, todos mis ingresos, lo perdí tocdo”, recordó en 2009.
Pese a que solo sufrió una herida superficial en un músculo de la espalda, el episodio le originó una fuerte depresión.?Le diagnosticaron un trastorno de estrés postraumático. Ya no se sentía segura en ningún lado. Además, sufrió otro golpe: su padre enfermó de cáncer (fallecería en 1998).
En aquel momento hubo un planteo para que le respetaran el número uno mundial mientras durase su ausencia. Sus colegas se negaron, como si hubiera sido una simple lesión, con la excepción de la argentina
Volvió al circuito en 1995, al año siguiente conquistó otro título de Grand Slam en 1996 y una medalla de bronce olímpica en 2000, pero ya no representaba la fuerza arrolladora de antes. También era notorio que había aumentado de peso.
En 2008, cuando se retiró, confesó que padeció un trastorno alimenticio llamado Bringe eating disorder, que se puede traducir como “trastorno por atracón”, que se caracteriza por la ansiedad y voracidad con la que se come. Regresaba a su casa de tarde luego de los entrenamientos y arrasaba con todo lo que encontraba en la heladera.
La agresión hizo estallar en su interior muchas cosas que venía acumulando. Nunca es sencillo saltar a la fama y a los millones en la adolescencia, mientras se vive en una burbuja, alejada de otras niñas de su edad.
“La verdad es que no sabía a qué me enfrentaba. Cuando salía a la calle de repente todo el mundo decía: ‘Esa es la chica’. Tenía 16 años y me pasaba así las 24 horas”, dijo hace algunas semanas en una entrevista con el diario británico Daily Mail.
“Con 17 años yo no tenía muchos amigos. En el tenis nadie hablaba mucho con las demás. Y fuera del tenis, ¿cómo podías mantenerte en contacto? No había Internet, yo solo tenía el teléfono del hotel. Socialmente realmente tuve problemas”, recordó.
Seles consideró que en el presente el ambiente del tenis es “más saludable”que cuando ella jugaba. “Ahora se viaja en grupos más grandes, no tenés que sufrir tanto el silencio. Conmigo normalmente iba solo mi padre y un entrenador. Tuve durante mucho tiempo una lucha interna”, aseguró.
Pasando en limpio esa época, dijo que tenía presentes los buenos momentos vividos en los torneos, aunque le hubiera gustado que “todo hubiera sido más despacio”. “Las redes sociales hacen las cosas más complicadas ahora para los jugadores jóvenes, pero definitivamente es mejor ser joven ahora”, sostuvo.
Una consecuencia inesperada del ataque fue que su imagen cambió ante los aficionados al tenis. Antes era respetada, pero su estilo desmañado no le significaron gran admiración. Después pasó a ser la tenista que volvía de un ataque injusto y demencial.
Hoy, a los 46 años, Seles vive en Tampa, Florida. Está casada con el empresario Tom Golisano, con quien no tiene hijos. Cada tanto participa en exhibiciones de tenis. También participó en acciones del circuito femenino. Y brinda charlas para concientizar sobre trastornos alimenticios. En 2009 ingresó al Salón de la Fama del tenis.
¿Y qué fue del loco del cuchillo? Era un alemán llamado Günter Parche, fanático de su compatriota Steffi Graf, y no podía soportar la superioridad que estaba demostrando la jugadora serbia. Pese a que había planificado su agresión durante meses, el tribunal que lo juzgó fue muy indulgente: consideró que su personalidad era “altamente anormal”, con “reducida capacidad” para controlar sus actos, y por eso lo puso bajo tratamiento, aunque solo estuvo preso seis meses. Los abogados de Seles intentaron que le dieran una pena más severa, pero su planteo fue desestimado, por lo cual anunció que ya no volvería a jugar en Alemania.
Hoy con 66 años, Parche vive en una residencia de ancianos en su país, luego de sufrir varios accidentes cerebrovasculares.
Pero su propósito de “ayudar” a Graf tuvo éxito: después del ataque, la alemana ganó otros 11 títulos del Grand Slam. Nadie sabe cuántos hubiera obtenido Seles si Parche no se cruzaba en su camino.