ENTREVISTA
La escritora conversó con El País tras ganar el Premio Bartolomé Hidalgo y el Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria de Guadalajara por su última novela, "Mugre rosa"
Fue en Cali, Colombia, en su segunda Feria del Libro presencial desde que llegó toda esta rareza del coronavirus. Fernanda Trías atendió un llamado desde Guadalajara donde, en el marco de otra FIL, tenía previsto presentar su primera novela, La azotea (2001), que ahora tiene edición mexicana. Se esperaba una confirmación de la visita, algo protocolar, y se encontró con la noticia de que que era la nueva ganadora del Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2021.
“Fue de esas cosas completamente inesperadas, porque a este tipo de premios ni siquiera te presentás, es la editorial la que postula a sus autoras, entonces no lo tenía presente”, cuenta ahora en charla telefónica con El País. “Y te podrás imaginar. Fue superemocionante”.
Trías —escritora, traductora, docente, uruguaya pero radicada en Bogotá— se convirtió esta semana en la ganadora de uno de los reconocimientos más prestigiosos de la literatura hispanoamericana, que desde 1993 premia de forma anual a las autoras mujeres, las celebra y visibiliza. Lo logró por Mugre rosa, que unos días antes (el sábado 30) le había dado, en su Montevideo natal, el Bartolomé Hidalgo en la categoría narrativa.
“El Bartolomé de por sí me tenía muy contenta. Es un premio muy valioso, como uruguaya que hace tantos años que se fue y que he intentado, de la mejor manera posible, mantener mis lazos vivos a nivel editorial. Simbólicamente es muy importante lo que significa que en tu propio país te premien, así que estaba muy contenta con eso cuando recibo la noticia del Sor Juana”, repasa. “Y es una emoción distinta”.
Hay varios frentes en los que impacta el galardón. Por un lado, golpea en lo literario: este es un premio que, sin contaminación por lo editorial o comercial, por el negocio, se centra en la escritura. En ese sentido, el jurado integrado por Ave Barrera, Andrea Jeftanovic y Eduardo Antonio Parra, destacó en Mugre rosa la capacidad de la autora “de mirar con valentía el vacío”, y de tratar “con ternura los temas centrales de la definición de lo humano como la enfermedad, la incertidumbre, la empatía y el dolor”.
Eso, exactamente eso, ha dicho Trías, es el tema al que le ha dedicado toda su obra.
Pero el Sor Juana también impacta en su condición de autora mujer. Porque “acá se premia el esfuerzo de las mujeres por escribir en un ambiente que siempre ha sido hostil para nosotras, las escritoras”, dice la uruguaya. “Y de eso puedo hablar mucho. Empezar a publicar en 2001 en Uruguay no fue para nada sencillo, y a lo largo de los años me fui encontrando con muchos obstáculos que tenían que ver con la invisibilización, a pesar de que era bastante privilegiada en relación a otras colegas, pero aun así se notaba mucho la diferencia en cuanto a la atención que se le daba a autores hombres de mi generación. Entonces es un premio que te reconoce el perseverar en un ambiente que no nos favorece”.
Y aunque no es una especialista en ciencia ficción, Mugre rosa sí entra en esa categoría, y este galardón viene a decir que las distopías también pueden ser, y son, literatura.
Porque aunque en Twitter hubo polémicas, dice Trías, respecto a que la ciencia ficción está de moda y por eso vende más, “es absolutamente todo lo contrario”. La autora reconoce que el género goza de mejor salud en América Latina, pero asegura que todavía es muy resistido por el lector, que un poco se asusta y opta por otras historias, pero también por las editoriales, que prefieren que la etiqueta distópica no sea tan explícita.
“Yo no sé si alguna vez voy a volver a escribir una ficción especulativa, pero igual me parece importante que esto le traiga visibilidad al género”, piensa. “A mí lo que me interesa no es que la ciencia ficción prime sobre el realismo: lo que me interesa es que haya diversidad. Que la literatura se abra a los géneros, a hombres, mujeres, trans, cis, no binarios, lo que sea. Que aboguemos por quitar todas esas jerarquías y que lo que pase a ser importante sea la literatura. ¿Es literatura de calidad o no es literatura de calidad? Lo demás no me importa. Es la utopía a la que me gustaría llegar”.
—El Bartolomé Hidalgo, el Sor Juana… ¿En qué términos medís el éxito desde la trinchera de la escritura, que parece la más alejada de los flashes y la espectacularidad de otras artes?
—Es una pregunta bastante compleja porque cada uno tendrá su definición de éxito. Podríamos pensar que el verdadero éxito es cuando un escritor puede vivir de escribir; es una manera de entenderlo. El tema económico siempre es tabú, parece que uno tendría que tener un amor al arte tan fuerte que no importa dónde vive, qué come y cómo sobrevive, pero se está hablando y hay que seguir hablando. De qué viven los escritores. Pero luego hay otros niveles de éxito. Uno podría ser el reconocimiento de la crítica, de tus pares; otro podría ser acceder a muchos lectores… Creo que todos los escritores quieren que los lean, porque es ahí donde realmente se termina de cerrar el círculo creativo. Los premios, lo que hacen es ayudar a esa obra o ese autor porque le generan más visibilidad. Nunca me voy a olvidar de algo que me dijo (Mario) Levrero cuando tenía apenas 20 años. Me dijo que cero reconocimientos, esa idea romántica de que hay que escribir para nadie y que no te importa si nadie nunca lo lee, es muy duro para un escritor. Pero me decía: “Mucho reconocimiento muy rápido también puede ser malo. Lo mejor es que el reconocimiento te llegue en cómodas cuotas” (se ríe). Y eso me tranquilizó.
—En tu Instagram compartís varias impresiones de lectores, especializados o no, sobre tu obra. ¿De qué manera se cuela eso en tus procesos creativos?
—No se cuela, la verdad, porque cuando estoy escribiendo dejo por fuera todo lo que van a pensar. Ahora Mugre rosa es leído con mucho entusiasmo, pero cuando lo estaba escribiendo, estaba asumiendo unos riesgos que podían salir muy mal y lo sabía. Sabía que estaba internándome en un terreno distinto con el lenguaje, con algunas experimentaciones que hago con los tiempos verbales, los textos sueltos; son todo cosas que nunca había hecho. Y si en ese momento me hubiese puesto a pensar cómo habían leído La Azotea, nunca hubiese asumido esos riesgos. Me gusta salirme de mi zona de confort cuando escribo y seguir haciendo nuevas exploraciones, para que el proceso valga la pena. Es lo que más me importa, y ojalá que de ahí salga algo bueno. Y una lectura de un crítico que respeto y admiro, que hace una reseña en un medio legitimado, siempre es una alegría. Pero estas alegrías de lectores individuales son enormes y también muy legítimas, y no solo eso: todo el tiempo me sorprenden con lecturas muy agudas. Y compartirlo me parece un gesto lindo; esa opinión también me importa.
—Hace poco se reeditó en Uruguay tu novela La ciudad invencible, e incluyó el ensayo En nombre propio donde contás tu experiencia con la violencia de género. No pude evitar preguntarme cuánto tiene que ver Mugre rosa con que hayas compartido esa historia en este momento de tu vida. En el ensayo hay una escena de R., ese hombre que entra al apartamento y revuelve los cajones y está “dispuesto a arrasar con todo”, que me hizo pensar mucho en el Mauro de esta novela.
—No sé. Terminé Mugre rosa y escribí ese texto personal un año después. No me había puesto a pensar en eso. Ese ensayo, o como quieras llamarlo, era algo que sentía que me quedaba en el debe, pero como lo digo ahí mismo, todo es un proceso, y se necesita estar listo para decir determinadas cosas. Entonces cuando uno está listo puede hacerlo, y ese fue el momento. Mugre rosa, en un sentido más extraliterario, puede haber ayudado a que me atreviera a compartir con el mundo determinadas cosas. Porque el proceso —y otra vez digo “proceso”, pero es que de verdad es una palabra importante para mí— de devenir escritora fue largo, y Mugre rosa ayudó mucho para esa autorización que una misma se da de finalmente decir: soy una escritora. Y desde ese lugar me sentí más segura y preparada para compartir un texto así, que te expone tanto.
—Con todo esto que ha pasado, ¿se sigue modificando tu vínculo con Mugre rosa?
—(Piensa) Dos por tres me hacen retroalimentaciones de lectura que iluminan cosas que tal vez no había visto. Al principio fue más, porque empezaron a aparecer las lecturas de amigos, otros escritores que iluminaban muchísimo lo que había escrito y revelaban capas que yo no había conceptualizado. Y me sigue pasando, que me digan cosas del libro en las que no había pensado y son ciertas. Y luego las repito en la próxima entrevista, porque es así: me quedó, me doy cuenta que es cierto y puedo seguir elaborando sobre eso. Y eso me gusta. Es un diálogo constante.
Pasado, presente y futuro de una autora
Con 45 años, Fernanda Trías es una de las escritoras uruguayas de mayor proyección internacional en el último tiempo. Mucho se debe a Mugre rosa, novela de la colección Mapa de las Lenguas (Alfaguara y Penguin Random House), que promueve autores hispanoamericanos fuera de sus fronteras. La obra, elegida como uno de los 10 libros del año por el New York Times en español y que ahora recibió estos premios, es la historia de una mujer en crisis (emocional, existencial, vincular) en una ciudad en crisis (sanitaria, financiera, social) azotada por una enfermedad mortal.
El debut literario de Trías fue con La azotea, novela de 2001 reconocida por el Ministerio de Educación y Cultura. Después vinieron Cuaderno para un solo ojo y La ciudad invencible, ambas novelas; los relatos El regreso y los cuentos No soñaras flores. Su plan a futuro, dice a El País, es irse a un “retiro escritural” para concentrarse, otra vez, en escribir.