RESEÑA
La comedia argentina de Netflix, protagonizada por Sebastián Wainraich y Natalie Pérez, estrena este miércoles su segunda temporada. ¿Cómo es?
Esta nota contiene detalles de la trama de la temporada 2 de "Casi feliz".
Se le rompieron las dos puertas delanteras de su coche y aún no las arregla, o sea que para salir cada día a manejar por la ciudad y cumplir con la rutina y los compromisos, Sebastián debe subirse por las puertas traseras, arrastrarse y contornearse en espacio reducido, hasta llegar al preciado asiento del conductor.
Encima va a la televisión y un personal trainer de la farándula lo deja más o menos en ridículo. Le quieren pegar un par de veces y tiene que romper sus propios códigos —no entrevistar a políticos en su programa de radio, por ejemplo— para poder solucionar por la vía rápida algunas urgencias familiares. Un medicamento para la eyaculación precoz lo quiere como imagen de su marca (y el pago es bueno). Se acaba de morir su padre. Y como si fuera poco está Pilar. Pilar, la madre de sus dos hijos, de la que aún sigue enamorado; Pilar, esa mujer bella y bastante más joven que él, que acaba de volver de Barcelona y está embarazada de otro hombre. Pilar, que le habla de sexo y le demanda cariño y lo deja en falso, confundido, un tanto entreverado.
En medio del torbellino de emociones, la segunda temporada de Casi feliz, que se estrena hoy en Netflix, encuentra a su figura central más “casi feliz” que nunca. Y es su mayor fortaleza.
La sitcom argentina creada, escrita y protagonizada por Sebastián Wainraich, se estrenó en 2020 en la popular plataforma de streaming, y tuvo una buena recepción inmediata. Dirigida por su cocreador Hernán Guerschuny, cuenta la historia de un locutor de radio en plena crisis de madurez. Con un matrimonio quebrado, hijos en el fervor de la adolescencia y una fama o popularidad moderada, transita los vericuetos de su existencia con una gracia natural que muchas veces viene de la mano de una cuota de drama, amargura o acidez.
Casi feliz se mueve en los grises, donde lo bizarro en muchos casos cubre la ausencia de un humor directo y de impacto. El tono de la cortina hecha por la banda pop Miranda! es la definición exacta de la ficción: una bocanada de alegría moderada, donde la melancolía y lo que pudo ser son fantasmas permanentes que se suman a una pista de baile en la que priman los buenos momentos. Es menos una experiencia de carcajada constante y más una de sonrisa removedora.
Esas características se acentúan en la segunda temporada que, con ocho episodios de media hora, desembarcó hoy en el streaming.
Con Wainraich está Natalie Pérez como su ex, Pilar; Santiago Korovsky como “Sombrilla”, el productor de su programa de radio; Carla Peterson como Eva, la sugerente directora del medio; y Peto Menahem, Benjamín Amadeo y Julieta Díaz repitiendo en sus personajes secundarios. Los chicos son Miguel Ángel Podestá y Sofia Guerschuny Pesci.
A ellos se integra ahora el uruguayo Daniel Hendler, con un papel de apariciones escasas pero exquisitas. Compone a Fernando Bustamante, un ministro del Interior con las características típicas de cierto perfil de político argentino: joven, descontracturado, con afán de cercanía con la gente aunque más interesado por la exposición mediática, y con estrategias que lo hacen lucir como el perfecto producto de una campaña publicitaria. Podría tener más para aportar en una tercera temporada, si es que Netflix la confirma; el final de la segunda la deja servida.
Hendler, que por estos días esta en cines en un registro bien distinto, con la película de terror Virus: 32, hace su aporte cómico a una estructura que busca reírse de la vida, la muerte y las relaciones de hoy.
La religión, la maternidad, las múltiples formas de los vínculos amorosos de la actualidad, la postura crítica y a menudo combativa de la generación Z, y conceptos como la positividad tóxica, las constelaciones familiares o la fluidez, aparecen en un guion ingenioso que tiene momentos tan frescos como dolorosos.
Uno de esos momentos llega a mitad de temporada, justo cuando la relación entre Sebastián y Pilar está cada vez más enrevesada. “¿Somos novios? ¿Amigos? ¿‘Sivios’? ¿O ex que están re solos y se juntan?”, le dice Pilar en toda la intimidad que cabe en ese auto de puertas rotas, una metáfora del vínculo de los dos y de cada uno de los personajes de la serie.
Acá todo es funcional y utilitario, a pesar de que el daño es mayúsculo, entorpecedor y evidente.
En su segunda temporada, Casi feliz profundiza en esa línea y enriquece su humor a partir de las idas y vueltas de la vida misma. Y mientras intenta exprimir al máximo el potencial tragicómico de la existencia humana y logra un mayor compromiso por parte de todo el elenco, regala instantes entrañables. Una reunión familiar en el medio de la cancha de Atlanta, aún para el menos futbolero de los lectores, es el tipo de momentos por los que ver la vuelta de Casi feliz vale la pena.