Aldo Rissolini: Más de tres décadas dedicadas a hacer y enseñar a hacer variedad de tapices

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Aldo Rissolini

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Resultó el único varón elegido por Uruguay Teje gracias a una pieza en la que experimenta con lana pura. También trabaja con la técnica del telar María. Escribió el libro "Tapices del Uruguay".

De camino a su trabajo todos los días Aldo Rissolini veía en la calle Tristán Narvaja a un señor vendiendo en la vereda una aguja. Un día decidió parar y averiguar más. “Le llamaba aguja veloz y con ella, sobre una tela, te enseñaba en la calle a manejarla y hacer un tapiz. Digamos que con esos 15 minutos de capacitación empecé”, recuerda quien por ese entonces trabajaba ocho horas en una empresa dentro del mundo de las Ciencias Económicas y el marketing.

Fue hace unos 36 años cuando la técnica del tapiz comenzó a ser un hobby para él, primero en forma autodidacta.

“En mi familia siempre hubo facilidad por lo manual y una motivación por todo lo que era artesanal. Me crié con mi abuela y mi madre tejiendo para la familia y para vender, y con mi hermano haciendo artesanías y aplicaciones de disciplinas artísticas mientras seguía su carrera de arquitectura”, cuenta Aldo.

Sus tapices comenzaron a gustar entre sus allegados y eso lo animó a seguir investigando. Fue así que por los años 90 se topó con una muestra de tapices del maestro Ernesto Arostegui y se le amplió el panorama.

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“Me di cuenta de que había una forma más académica de realizar esto y quise aprender. En aquel momento lo único que existía para poder llegar a alguien que enseñara era El Gallito Luis, no había Internet”, acota.

Así fue que encontró a la profesora y artista Silke Bernik, que había sido alumna de Arostegui y le enseñó su método basado en una serie de ejercicios que al finalizarlos se adquieren los conocimientos para poder desarrollar luego cualquier diseño en un formato de trama y urdimbre.

Quiso el destino que en ese mismo lugar en el que iba a aprender tapiz, la conocida librería Humanitas, empezara a funcionar el Centro de Tapicería del Uruguay (CETU).

“Cuando quise acordar estaba inmerso en todo ese mundo, lo respiraba, y me seguía confirmando que me gustaba. Era un pasatiempo, una terapia, una forma de expresarme y mostrar, quizás de una forma inconsciente, cómo era uno”, comenta.

Cambiar el chip no se dio de un día para otro. El punto de partida fueron las clases que empezó a dar en el garaje de su casa a principios del 2000. Paró un tiempo, pero sintió que algo le faltaba y no tardó en retomar, esta vez en la librería Parisson.

Se sumaron las clases en Balitex Lanas, un punto de inflexión en su carrera porque entró a fondo en el mundo de la lana. “Fue muy motivador”, acota.

Los alumnos fueron aumentando y el lugar quedó chico, así que comenzó a dictar clases en su apartamento. Pero también allí el espacio ya no fue suficiente y las horas del día no alcanzaban para la demanda que tenía.

Además lo empezaron a convocar para ferias nocturnas, como la de Trouville o el Parque Rodó; tomó un curso en el Secretariado Uruguayo de la Lana y a raíz de eso lo invitaron a ser parte de la Expo Prado y de la Expo Melilla.

Todo esto coincidió con que su trabajo formal decayó, así que en 2008 tomó la decisión: dedicarle las 8 horas a dar clases.

“Es lo que sigo haciendo hasta ahora”, señala quien hoy reparte sus cursos entre su taller (18 de Julio y Acevedo Díaz), la Casona de Punta Carretas y una escuela de discapacitados intelectuales.

Además están las clases que dicta vía Zoom para alumnos del exterior, algo que le dejó la pandemia porque antes se resistía a enseñar este arte en forma virtual, no lo creía posible.

Aldo Rissolini

Una respuesta inocente lo llevó a dar clases en Perú

“Un grupo de señoras peruanas vieron los trabajos que enseñaba acá y me pidieron que les enviara un DVD con las clases. Yo no tenía nada de eso, entonces por ser amable les dije ‘si ustedes quieren yo voy a Perú a enseñarles’. ¡Y me tomaron la palabra!”, recuerda entre risas Aldo Rissolini.

Les pasó un presupuesto, lo aceptaron y así fue que viajó dos veces a Lima. Iba a ir una tercera, pero la pandemia se lo impidió.

En el primer viaje dio una disertación en el Museo Nacional de la Cultura Peruana, además de tener la oportunidad de entrar en contacto con la alpaca.

“El tapiz en el Río de la Plata tiene esa mirada europea que en Perú, por ejemplo, no está. Ellos tienen toda la tradición andina de sus pueblos originarios y técnicas de hace 5 mil años. Nosotros no tenemos tradición en los textiles, todo lo que se aprendió por la década del 60 vino de Europa. Vino de gente que fue a tejer a ese continente, como Cecilia Brugnini; de gente que vino de ver muestras de tapices, como Ernesto Arostegui; o de familias del interior del país, como la de José Cardozo haciendo mantas traperas. Tenemos historia de tapicería, pero no tenemos tradición”, explica el artesano.

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Ventas.

Aldo dice que el 90% de su tiempo laboral es para enseñar; el 10% restante lo dedica a tejer tapices para vender.

“Siempre estoy con varios telares enhebrados, tejiendo al unísono: uno en la Casona de Punta Carretas, otro en mi taller, otro en mi casa, otro cuando estoy afuera… es como estar leyendo cuatro libros a la vez. No espero a terminar uno para comenzar el otro, los trabajo a todos en forma paralela”, cuenta.

Una vez terminados los publica en Instagram y en Facebook. “Así es como los vendo o a veces quedan un par de años conmigo”, apunta.

Con el tiempo ha incorporado la técnica del telar María, que es el telar para tejer ruanas, ponchos, pies de cama, chales.

“Es una técnica en la que uno puede aplicar la lana pura de forma más visible, mientras que en el tapiz, por ser una técnica en que la trama es apretada, los materiales a veces quedan con poca visibilidad”, explica.

Aldo también ha puesto por escrito mucho de lo que ha aprendido. Con el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura publicó el libro Tapices del Uruguay, donde cuenta que en sus inicios el movimiento de la tapicería en Uruguay tuvo muchos exponentes varones, algo que fue perdiéndose. “Habría que analizar los motivos”, lanza como poniéndose un nuevo objetivo en el horizonte.

Aldo Rissolini
El tapiz que eligió hacer para Uruguay Teje, hecho con lana pura.

Uruguay Teje: Padre e hija elegidos sin proponérselo

Solo tres varones se presentaron a Uruguay Teje, una iniciativa para apoyar y promocionar a emprendedores uruguayos en el rubro artículos para el hogar en materiales textiles. De ellos el único seleccionado fue Aldo Rissolini y dio la casualidad que también su hija –Mariana– estuvo entre los elegidos.

“Ella se presentó con sus tejidos y yo con mis tapices, pero no interactuamos en el proceso. Fue un poco respetar el espacio del otro”, dice Aldo, quien prefiere acompañar y apoyar a su hija, pero no influir en sus decisiones.

Lo gracioso es que la organización de Uruguay Teje tardó en darse cuenta de que eran parientes.

Aldo se presentó tanto para tapiz como para tejido en telar. “Al final el corazoncito pudo más y terminé con tapiz”, dice.

El concepto sobre el que se basa la pieza lo comenzó a trabajar en 2019, cuando participó de la Bienal de Arte Textil en Ucrania. “La obra que creé pretende reflexionar sobre el deber ser varón en la construcción social de la masculinidad”, explica en las redes de Texturable (organizador de Uruguay Teje).

Piensa que esta iniciativa lo encontró en un buen momento porque estaba empezando a experimentar con lana pura, luego de haber pasado por el acrílico y las fibras sintéticas en sus inicios.

“En Uruguay a veces no se consigue mucha variedad de fibra animal natural, sí de ovejas, pero viajando uno tiene oportunidades de traer lanas de otros países, como Chile o Perú”, señala.

Considera que propuestas como Uruguay Teje ayudan en varios aspectos. “Primero, reafirman cómo te ven los demás, que es importante porque puede darte herramientas para cambiar lo que estás haciendo para mejorar. Segundo, ayuda con el material porque recién estaba empezando a trabajar con la pura lana y la de Texturable es excelente y no tenías que preocuparte porque no hubiera”, destaca.

Se propuso no intervenir el material que le daban, es decir no hacerle procesos como el teñido. “Traté de usarlo lo más puro posible, como venía del campo. Me está gustando mucho trabajar con el rizo de la oveja directamente”, comenta.

Aldo Rissolini

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