VIAJES
Recorrido por el noroeste de España: caminos peregrinos, tesoros medievales y buena mesa.
Aquí está el escarpado fin de la Tierra, se conservan construcciones que dan fe de las costumbres y tradiciones en la Edad Media, por sus tierras corren las rías del Atlántico, crecen los viñedos de uva albariño, hay municipios y comarcas que relatan la vida de los gallegos y en sus mesas desfilan a diario empanadas, pescados y mariscos, acompañados de los mejores vinos de la región.
Estoy en Galicia. La comunidad autónoma en el noroeste de España, una tierra donde se urden los Caminos de Santiago, por donde han pasado este año más de 38.134 peregrinos (cifra récord para abril, según la Oficina de Acogida al Peregrino) que vienen de todos los rincones del mundo en busca del sepulcro del apóstol Santiago, en la Catedral de Santiago de Compostela.
Pero, más allá de los caminos marcados por la vieira y la flecha amarilla (símbolos que orientan a los caminantes), esta tierra verde, fértil, de llanuras y pequeñas montañas invita a recorrerla por sus carreteras y autopistas (en excelente estado), para conocer sus bodegas de vino, sus riquezas naturales, pueblos medievales y, a cada paso, probar la deliciosa y tradicional gastronomía gallega.
Durante una semana recorrimos tierras de las provincias de La Coruña, Lugo y Pontevedra, rondando caminos de peregrinos y otros que nos adentraron en las riquezas de esta región, de la mano de nuestra anfitriona, Pitusa Fariña Reboredo, de la Axencia Turismo de Galicia-Camino de Santiago, y de la guía oficial Pilar Gómez.
Los retos de los peregrinos.
Pilar Gómez nos cuenta que “desde la Edad Media, caminantes de todo el mundo emprendieron largas marchas a tres puntos de la tierra: los romeros, hacia Roma; los palmeros, a Jerusalén, y los peregrinos, en busca de Santiago de Compostela”.
Los motivos de los peregrinos son tantos como los caminos que atraviesan esta tierra: crecimiento espiritual, reencuentros personales, retos físicos, incluso, turismo... ¡Qué más da! Lo importante es que personas de todas las edades recorren cerca de 25 a 30 kilómetros diarios, durante uno o dos meses. Con pies de plomo, muchas veces lastimados, completan hasta 785 kilómetros del Camino Francés, 116 km del portugués o 325 km del camino primitivo, por nombrar algunos. Se alojan en los albergues de la Xunta por 8 euros, o en otros alojamientos y hoteles, según sus gustos y bolsillos, pasan la noche y retoman su camino atravesando ríos, colinas y llanuras.
Al final, se congregan en la plaza de Obradoiro de Santiago de Compostela, que a diario se cunde de emociones, lágrimas, risas, aplausos, pero sobre todo de satisfacciones por haber obtenido la Compostela o constancia del camino cumplido.
No podía faltar el testimonio del peregrino colombiano. Sí, justo en la mitad de la plaza, Johann Streiker Díaz-Marín sostiene aún a la espalda su pesado morral con el que recorrió el Camino Francés, y se detiene en medio de la emoción de la meta cumplida para mandar un mensaje: “Invito a emprender caminos y a buscar experiencias de vida valiosas, reflexiones para mejorar nuestras vidas y mirarnos hacia adentro y hacia afuera para vivir mejor”.
En medio de la imponente fachada barroca de la catedral, Pilar nos recuerda que “aquí está enterrado el sepulcro de Santiago apóstol, Santiago el Mayor, uno de los doce discípulos de Jesucristo”. La tradición relata cómo su cuerpo es trasladado por mar hasta tierras gallegas, siendo enterrado en un bosque, donde hoy se levanta la Catedral.
Tierra medieval.
Pisar O Cebreiro es trasladarse al siglo IX en el tiempo para revivir las costumbres de la época medieval. La aldea, patrimonio de incalculable valor, “es el primer pueblo del Camino Francés en Galicia, atractivo por sus típicas pallozas y su iglesia prerrománica del siglo IX”, cuenta Pilar. Su fundación data del año 863, y creció en torno a su hospedería para dar refugio a los peregrinos.
Visitamos una palloza, una casa de piedra y techo de paja, que en la planta baja tiene un espacio para los animales que servían también para darle calor al hogar. Arriba, las despensas para guardar alimentos y las habitaciones y zonas comunes de la familia.
Basta dar unos pasos para encontrarse con la hermosa iglesia Santa María la Real, la más antigua de la ruta jacobea, fundada por los benedictinos, aún en funcionamiento y dirigida hoy por el padre franciscano Francisco Castro, mejor conocido como fray Paco, quien recibe con mucha familiaridad, amor y piedad a los peregrinos. Él nos cuenta historias interesantes del renacer del Camino de Santiago en el siglo XX, cuando tuvo un papel muy importante el párroco local Elías Valiña, pues “en los años 60 y 70 él tuvo la genial idea de pintar las flechas amarillas a brochazo limpio para señalizar y así revivió el Camino de Santiago que se encontraba perdido”.
Algo de la vida gallega.
Buena parte del recorrido lo hacemos entre las provincias de Pontevedra y La Coruña, bordeando la costa Atlántica. Desde Tui, en el límite con Portugal, vamos rumbo norte en autobús, conquistando municipios y comarcas de tierras verdes y mares azules. Tui nos asombra con su valiosa catedral medieval, sus calles empedradas, sus casas de tejados de barro, sus riquezas religiosas y el pasado judío que ha dejado huella en la ciudad, todo al borde del río Miño, que llena de vida y naturaleza la comarca.
La ruta sigue al norte y bordea la ciudad de Vigo. En este punto Pilar nos habla de la importancia de este municipio, “el más poblado y económicamente muy activo, allí se encuentran las fábricas de vehículos Peugeot y Citroën. Es el corazón de las Rías Baixas...”.
Pasamos por Pontevedra, y a vuelo de pájaro puedo asegurar que vale la pena tomarse su tiempo para visitar los tesoros que esconde. Visitamos la iglesia de la Virgen Peregrina, “uno de los grandes monumentos de la ciudad, del siglo XVIII, emblema del camino portugués a Compostela”, relata la guía.
La ciudad atesora una colección de orfebrería de oro del Museo de Pontevedra, con joyas de 4.000 años de antigüedad; la basílica de Santa María, las ruinas de Santo Domingo y la iglesia de San Bartolomé.
Coronamos en Santiago de Compostela, la joya y capital de la comunidad autónoma. La prisa es para llegar a la plaza de Obradoiro y emocionarse con los sentimientos de los peregrinos.
Es 16 de junio del 2022, el cielo está azul y la mañana soleada, minuto a minuto la plaza se vuelve un festín multicultural y espiritual. El tiempo es poco para admirar la enorme catedral, obra sobresaliente del arte románico en España, las calles empedradas, los balcones florecidos y cada rincón de este patrimonio de la humanidad.
Subimos a los techos de la Catedral y tenemos una panorámica inolvidable de esta ciudad fundada en el año 830. Desde entonces, Santiago es la meta espiritual donde convergen diversas corrientes de cultura. Caminar por sus calles es encontrarse historias y vestigios medievales, neoclásicos, renacentistas, barrocos y del nuevo milenio.
Santiago de Compostela es inagotable. Así que lo mejor es vivirla con calma, caminarla y saborearla, con la ilusión de que habrá otra oportunidad para volver.
El sabor del albariño.
En el recorrido por Galicia no se puede dejar de visitar los viñedos y las bodegas de vino albariño. Un real patrimonio de esta tierra. Se dice que esta uva fue importada por monjes franceses en el siglo XII, y que acabó extendiéndose por toda Galicia.
Para eso nos detenemos primero en Paso de Rubiáns, una casa palaciega tradicional, con sus viñedos, premiados año tras año entre los mejores, en donde nos dan la primera clase sobre esta cepa, sus cuidados, tiempos de cultivo y proceso del vino.
Caminamos entre los cultivos para conocer esta pequeña uva blanca y “de aromas frutales, que produce vinos elegantes, de alta acidez, cuerpo y estructura. Siendo uno de los referentes de los vinos blancos españoles”, dice el experto que acompaña nuestra visita. También recorremos la casona, de arquitectura palaciega gallega, monumentos botánicos y jardines de camelias, para finalizar con una cata de vino.
La segunda experiencia es en Terra Gauda, una bodega que desde su fundación, en 1989, ha sido pionera en proyectos de investigación con los que han logrado variedad de vinos y destilados de máxima calidad. Cuenta con 160 hectáreas de viñedos y comercializa más de 1,5 millones de botellas en 45 países. Es una visita completa por viñedos, bodegas con enormes barriles y sistemas de embotellado, hasta que degustamos en mesa el producto final.
El cierre es en las bodegas Gran Bazán y Martín Codax, con vinos de gran calidad, en un entorno que deja ver los emparrados tradicionales de la zona y en donde nos hablan de la importancia del clima atlántico con suaves temperaturas y las lluvias frecuentes, claves para este fruto. Allí se brinda con una copa de albariño, y se cierra con una buena clase de maridaje en la que nos dejan claro que este es un vino ideal para acompañar pescados y arroces y nos recomiendan disfrutarlo a una temperatura 10 °C.
El fin de la Tierra.
El viento fuerte, el oleaje del Atlántico y las rocas escarpadas que se funden en el mar son la imagen que queda por siempre para recordar el fin del mundo. “Acá está el faro de Finisterre, es el punto que los romanos consideraban el fin del mundo, el fin de un planeta que entonces se consideraba plano –nos cuenta nuestra guía–. En la Edad Media fue un lugar importante para los peregrinos que después de visitar el sepulcro del apóstol venían hasta aquí para completar su camino y quemar sus ropajes”.
Hoy es el kilómetro cero, al que llegan los peregrinos, y también algunos dejan sus ropas y sus zapatos como símbolo del fin del duro trayecto y se sientan durante horas a ver la inmensidad del océano sin el afán de un camino por andar.
El sitio mágico y místico que para los celtas era el lugar de los ritos en honor del Sol fue declarado desde el 2007 patrimonio europeo.