TENDENCIAS
Martín Rodríguez no da abasto con todos los pedidos que le llegan desde que la gente se vio obligada a quedarse en casa. Hace desde canastas hasta grandes muebles.
El resurgir de las fibras naturales y los oficios olvidados, la pandemia… no sabe muy bien por qué, pero las redes sociales de Martín Rodríguez no dan abasto. Tiene mucho trabajo y lo disfruta porque ha hecho del mimbre su vida.
Se dio casi sin proponérselo. Hace unos 20 años trabajaba en la construcción, oficio que hace que la persona quede sin trabajo ni bien se termina la casa o el edificio que la tenía ocupada. “Era una época complicada para conseguir trabajo y yo tenía hijos chicos. En el barrio había una mimbrería, con un mimbrero de antaño, y entré a trabajar de peón”, contó de su primer contacto con el oficio.
Gracias a su experiencia al lado de Don Domínguez, con quien hacía objetos en cuero, conoció el ABC del entramado, lo cual le facilitó las cosas para ir escalando en una actividad en la que “uno empieza de abajo”, apuntó.
Se entra de peón para ir a un monte a cortar árboles de sauce. “La planta es bajita, no la dejamos crecer. Se corta varita por varita con una tijera de podar. Enseguida se hacen atados y se entierran en el piso, en un agujero de tierra, hasta que brotan y se pelan, se les quita la corteza. Después se ponen en unas ollas, que son tanques, donde se cocinan. Todo eso dura unas semanas”, relató.
El siguiente paso es trabajar en el taller, donde se comienza por hacer las cosas más básicas, como canastas y baúles, hasta llegar a los grandes muebles. “Lo vas aprendiendo con los compañeros, mimbreros viejos. Vas ‘robando’ el oficio de solo mirar. De a poco vas haciendo cosas más complicadas”, contó el artesano. Hay diferentes técnicas, distintos entramados, aunque, por lo general, se conoce el más clásico.
Durante 15 años Martín trabajó para dos mimbreros, hasta que un día se dijo ‘me tengo que tirar por las mías’ y abrió su propio emprendimiento en Marindia. Luego se mudaría a Salinas y finalmente a Neptunia, donde se encuentra hoy.
Un trabajo que va desde mayo hasta diciembre
Entre mayo y agosto es la época en la que los mimbreros pueden ir a buscar su materia prima a los montes de sauce. “No se puede cortar en otra fecha por una cuestión de la planta, por la savia. Empiezo en mayo y tengo las varitas enterradas en casa. Las puedo tener hasta diciembre; más allá de esa fecha, no”, explicó Martín Rodríguez. Es el material que usará el próximo año, mientras que con lo recogido el año anterior, entre setiembre y diciembre elaborará los objetos y muebles para la presente temporada. Hoy están en auge los sillones con hierro y las pantallas para lámparas; las canastas siempre son muy demandadas.
Martinmimbrero es el nombre que le dio a esta pequeña empresa familiar en la que los empleados permanentes son él, su esposa y su yerno; mientras que funcionan como zafrales sus hijos, sus sobrinos y, a veces, algún vecino. “Estoy esperando a que crezcan mis nietos así los pongo a trabajar”, bromeó.
Evolución.
“En el mimbre había una idea que todo el mundo tenía en su mente: canastos o sillones antiguos. Cuando empecé miraba comedias o películas y siempre había un sillón impresionante de ratán. Entonces quise probar si eso se podía trasladar al mimbre y me di cuenta de que sí, de que había montones de cosas que se podían hacer”, recordó Martín sobre cómo fue sumando desafíos a su emprendimiento.
Hoy cuenta con clientes directos, pero también con varias casas de diseño que le encargan muebles que proyectan o que ven en fotos y le piden que replique. En tal sentido, destaca lo importante que es poder trabajar en mimbre, un producto nacional más resistente que el ratán y que tiene quien lo repare si se daña. “En Uruguay hay bastantes mimbreros, seremos unos 50 en todo el país”, acotó.
Destacó que, “por ahora, tengo clientes felices”. No solo eso, sino que también ha notado que en los últimos tiempos hay más demanda. Lo atribuye a que los nuevos diseñadores resaltan la calidez que aporta el mimbre en el hogar, además de esa cosa rústica que conquista.
A eso se sumó un detalle que lo sorprendió bastante, que fue que durante la pandemia los pedidos aumentaron muchísimo, más que en temporada (setiembre-diciembre). Lo atribuyó a que el “quedate en casa” hizo que la gente tuviera ganas de redecorar y cambiar muebles en lugar de ahorrar por cualquier eventualidad.
“Mi eslogan podría ser algo así como ‘ustedes diseñen y yo lo hago’. Respeto a mis colegas, no quiero competir con ellos; todo lo contrario, todos podemos hacer cosas diferentes”, concluyó sobre una tarea que aún hoy lo sigue enamorando.
Hay que cuidar la combinación de sol y humedad
Un mueble de mimbre (madera dulce) puede durar 10 años o más, por eso Martín Rodríguez considera que no es un objeto caro aunque así lo parezca. Además, hay que tener en cuenta que insume un trabajo manual. Se puede dejar a la intemperie, pero hay que cuidarlo de la humedad y del sol. La combinación de ambos lo puede estropear. Contó como anécdota que una señora se vino a vivir desde El Cairo con un juego de sillones que durante 10 años tuvo al aire libre sin problemas (allí llueve una vez a año); en Montevideo, en seis meses se le echó a perder sin solución. Para proteger el mimbre hoy existe una pintura para rayos UV y humedad, color mate. También se puede recurrir a un método casero que sirve para todas las maderas: mezclar gasoil con naftalina picada y aplicarlo con una brocha cada dos años (seca en dos días). El componente de aceite del gasoil cura la madera, mientras que la naftalina combate la polilla, gran enemiga de la madera.
Si el mimbre va a estar dentro de la casa, Rodríguez aconseja cuidarlo de dos “amenazas”: los niños, que lo levantan con sus deditos, y las mascotas, que si son cachorros, por lo general, muerden el material.