ARTESANÍAS
Álvaro de Vida transformó una pasión en su sustento. Empezó a hacer barcos dentro de botellas para poder viajar por el mundo y hoy vive de eso.
Álvaro tenía veintipocos años y quería viajar por el mundo. Estudiante de Letras en la Facultad de Humanidades, lo único con lo que contaba para poder cumplir su sueño eran sus trabajos en joyería artesanal. Pero también le gustaban mucho los barcos y ese año se topó con un par de amigos, una holandesa y un chileno, que hacían trabajos muy sencillos de barcos dentro de botellas.
“Aprendí muy básicamente e hice un viaje como de un año en el que me volví a encontrar con ellos y me enseñaron la técnica. Ellos la habían aprendido con un buzo que había tenido un problema de descompensación, había quedado con una discapacidad y ahora se dedicaba a esto”, cuenta Álvaro.
Fue así que entre 1984 y 1992 el artesano se dedicó a viajar. Primero recorrió toda América del Sur y luego recaló en Europa, donde visitó España, Francia, Suecia, Italia… siempre trabajando. “Llegabas a algún lugar, tenías un trabajo para mostrar en un bar y en ese mismo bar te daban las botellas que tenían para seguir haciendo otros trabajos. Iba viajando con lo que se iba vendiendo y con lo que iba encontrando por el camino”, recuerda.
En 1992 regresó a Uruguay, donde comenzó a formar su familia. “Como también había estudiado Historia en Humanidades, empecé a investigar para relacionar las artesanías con navíos históricos vinculados a diferentes partes de la costa”, apunta.
Fue así que los que empezaron siendo barquitos de colores hechos con unas cintas, velas pintadas y banderas de equipos de fútbol o de países fueron dando lugar a series de navíos históricos, que realmente existieron y que Álvaro decidió reproducir de forma artesanal.
“Yo no hago modelismo naval”, aclara. Antiguamente, los arquitectos navales diseñaban los barcos en miniatura para tener una idea después de cómo construirlos, al igual que hacen los arquitectos con las maquetas de las casas o edificios.
El modelismo naval en botella, según explica el artesano, reproduce el barco en todos sus detalles, incluso la obra muerta, que es el nombre que recibe lo que está debajo del agua y no vemos. En cambio, Álvaro utiliza la botella como marco, como si fuera el mar. “Mis barcos se ven como si estuvieran navegando sobre el vidrio”, detalla. “Tomo los rasgos básicos del modelo y, de alguna manera, lo caricaturizo, lo hago como una expresión mía”, agrega.
Dónde se lo encuentra
Está en Ideas+ desde que era la Feria del Libro y el Grabado. También en Manos del Uruguay y el Mercado de los Artesanos
Por partes.
Álvaro tomó como base la técnica que le enseñaron sus amigos extranjeros y le fue aportando y modificando cosas. “Hay un componente autodidacta y un componente de recabar información y técnica. La técnica más famosa para hacer barcos en botella es armar una sola pieza que entra a la botella con un sistema de bisagras, luego uno tira de una piolita y levanta el velero. Es más bien para veleros modernos, que tienen poco casco y mucha vela, por ejemplo, el Cutty Sark, por decir algún barco famoso”, explica.
Álvaro, en cambio, trabaja por partes y así puede hacer, por ejemplo, barcos que no tengan velas, como las chalanas típicas de pesca, el Graf Spee o el Titanic.
?
Corta el barco en tantas partes como sea necesario para pasarlas por el pico de la botella y, una vez adentro, las ensambla. “Eso hago para las partes rígidas, como el casco, la cubierta, la borda. La parte de los mástiles y las velas se entra por una especie de cucurucho. Se pliega todo, se lleva al lugar, se encastra y después se van desplegando”, describe.
Para las petacas de 200 centilitros, que es la artesanía básica, utiliza como herramientas las bruselas, que son las pinzas de los relojeros o que se usan en cirugía. En tanto para las miniaturas (botellas de 50 centilitros) o las damajuanas de más de 30 litros tiene que fabricar sus propias herramientas.
“Son básicamente alambres con diferentes formas en la punta: uno es como una palita para llevar el pegamento, otro tiene una aguja de coser a la que se le pasa el hilo y se va atando todo, otro es un cañito de paraguas o de antena que tiene un lazo por adentro que aprieta la pieza para llevarla al lugar”, cuenta.
Si bien podría comprar los materiales, prefiere hacerlo todo a partir del reciclaje. A las botellas clásicas, básicamente de whisky y vodka, antes las compraba en Tristán Narvaja, ahora se las juntan amigos. Las botellas chicas sí debe comprarlas en droguerías porque no se consiguen. La madera la saca de muebles viejos y objetos de desecho; los alambres son reciclados de bobinados, moladoras o cables de luz; las velas las realiza con telas de camisas antiguas de seda y los mástiles los fabrica con cañas de cercos recicladas.
La petaca básica le insumiría entre cinco y seis horas de trabajo, el tema es que no se puede hacer en ese tiempo porque hay que esperar que se vayan secando las distintas piezas. Eso lleva a que trabaje en series de varios barcos a la vez y que intercale con la elaboración de otro tipo de artesanías (cinturones, madera, plata, piedras).
Trabaja en su casa, donde tiene montados los distintos talleres. Sus cinco hijos colaboran con él tanto en la realización de las piezas como en la comercialización de las mismas.
“En las ferias soy conocido porque tengo muchas historias de barcos. Además, llevo una tableta con fotos y explico cómo hago mi trabajo”, dice orgulloso de un oficio que primero le permitió cumplir el sueño de viajar y hoy le permite cumplir el sueño de trabajar de lo que le apasiona.
Un enamorado de los navíos de la costa uruguaya
En sus inicios, Álvaro obtenía la información sobre los barcos en el Museo Naval o en la Asociación Europea de Barcos en Botella, de la que es miembro. Hoy encuentra todo en internet, desde planos hasta la historia de los navíos. En 2000 hizo la primera exposición histórica en Hecho Acá, presentando barcos como el Corsario de Artigas (1817). “Artigas emitió patentes de corso para que barcos de todo el mundo atacaran la flota portuguesa desde el gobierno de Purificación porque no tenía una Armada en los océanos. Nuestra Armada toma como fecha fundacional la primera patente de la que quedó registro, la del corsario La Fortuna, en noviembre de 1817. Es una historia muy típica y bastante desconocida”, se lamenta. Otro de sus barcos típicos es el Polonio. “Es uno de los rescates históricos que supuestamente le da nombre a Cabo Polonio porque habría naufragado allí. Es un típico galeón español, de 1730, que transportaba monedas y mercaderías”, apunta. Álvaro intenta resumir esa información y la incluye en la cajita de madera en la que entrega el barco al cliente. “La idea es que después cada uno siga buscando en internet información sobre lo que le interesa”, señala.