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Alejandro Esteves creó "El Tallercito" como una válvula de escape en la que crea todo tipo de objetos a partir de “cachivaches”. Consiguió el asesoramiento del multimillonario Jorge Gómez.
"Che, este es fatal, ¿no?”, le dijo un amigo al padre de Alejandro Esteves (36 años) cuando era un niño. A lo que el interrogado contestó: “Sí, este de cualquier cosa te hace un velador”. Alejandro cuenta que siempre se acuerda de esa anécdota cuando está haciendo una portátil y no es para menos porque hoy arma unalámparade “absolutamente cualquier cosa”, dice entre risas.
“De una botella, de una rama, de una silla, de una bicicleta… de lo que quieras”, agrega el creador de El Tallercito, “un laboratorio multipropósito de cosas, cosos y cositos”, según él mismo lo define en su cuenta de Instagram (@elta_llercito).
El emprendimiento comenzó hace unos cuatro meses, cuando quiso hacerse una mesa ratona y vio que podía construirla con la tabla rebatible. Quedó tan conforme que la publicó en Instagram y empezó a cosechar “Me Gusta”, no solo en ese proyecto sino en los muchos que se le iban ocurriendo a partir de los “cachivaches” que ha ido acumulando en su vida.
“Siempre me gustó reparar y tunear cosas. Toda la vida me gustaron las motos y a la mía le hago el mantenimiento yo. También me gusta arreglar cosas de la casa y guardo cachivaches. Mi círculo lo sabe, entonces cada vez que tienen una pieza interesante me avisan”, señala.
Pero hasta hace poco era una actividad muy esporádica, una especie de hobby. Decidió encararla más en serio cuando se dio cuenta de la aceptación que tenía y de que, además, le hacía muy bien para evadirse de un trabajo que no es sencillo.
“Soy educador en un hogar de madres con niños del Ministerio de Desarrollo Social. Es un trabajo muy demandante, muy frustrante por momentos, recibís mucha violencia, ves cosas que no están buenas… entonces necesitás una válvula de escape. Sin pensarlo mucho me di cuenta de que necesitaba una actividad de disfrute y la encontré en el tallercito”, apunta.
Contribuyó que era una época bastante dura, en la que una estafa en el MIDES lo dejó con varias deudas. Pensando en cómo salir de ellas se le ocurrió hacer macetas de hormigón, consiguió los materiales y los guardó en lo que en ese entonces era solo un depósito de objetos, en la azotea de su casa en el barrio Buceo.
“Yo estaba conociendo a la que ahora es mi novia. Cuando vino a mi casa la primera vez me preguntó qué tenía ahí, se lo mostré y le conté mi idea. ‘Pero acá tenés un taller, ¡qué de más!’, me dijo y fue mágico. Hice un clic porque vi que tenía un taller y no me había dado cuenta. Desde mi novia para adelante la cosa fluyó y la inspiración llegó más fácil; todo lo comparto con ella primero”, afirma.
Dónde ver sus creaciones
En octubre estará en un encuentro de motos. Y piensa contactarse con una mueblería de la calle Constituyente que apoya a emprendedores.
Proceso de creación.
Alejandro se define autodidacta. A lo sumo consulta algún tutorial en Internet para temas puntuales. “A una adolescente del hogar le mandaron hacer una maqueta de un puente levadizo y yo justo tenía un motorcito de un ventilador, entonces miré un tutorial para ver cómo hacer para que el motor girara. Para esas cosas investigo un poco, pero es más bien lo que me salga”, explica.
La profesionalización ha pasado por salir a recorrer talleres para recolectar todo lo que le pueda servir como materia prima. “En función de lo que encuentro se me ocurren cosas para hacer. Hay veces que veo una foto de una lámpara ya hecha y digo ‘pah, qué buena que está’, son piezas fáciles de conseguir y la imito”, detalla.
Le ha pasado de encontrarse con gente como el dueño del taller donde compra productos para su moto que le ofreció un sótano lleno de repuestos para que se lleve lo que quiera. “Eso es Disneylandia para mí”, comenta y advierte a las risas: “Al Tallercito entran más cosas de las que salen, hay que tener cuidado con eso”.
Si bien una de las primeras cosas que hizo fue una juguera que aún conserva, su especialidad sin duda son las lámparas. “Me gusta mucho hacerlas, pero también quiero salir de ese lugar. Por eso estuvo bueno hacer la casita de un gato, aprendí pila y me encantó”, señala sobre su otra “especialidad”, los artículos para felinos, para los que su gata es fuente de inspiración, además de conejillo de indias.
Otra gran inspiradora es su hija de 13 años, la que se pone muy contenta con sus logros. “Empezó a hacer esgrima y estoy pensando en hacerle una lámpara con elementos de ese deporte”, acota. También destaca el apoyo de su madre, sus hermanos y sus amigos, “un círculo chico, pero que está al firme”.
Todos le han hecho llegar a la conclusión de que El Tallercito es un pilar en su vida, que no se trata de un mero negocio. “Lo disfruto tanto que si tuviera los medios pagaría por poder estar todo el día haciendo esto”, afirma y cuenta entusiasmado que “el emprendimiento está como queriendo andar; la verdad me tiene muy feliz”.
Muchas lámparas y un bebedero gatuno
Muchas de las cosas que Alejandro hace son por encargue. Fue el caso de una casita para un gato, que le pasaron una foto y le preguntaron si se animaba a hacerla y aceptó el desafío. Su madre, por ejemplo, le dio una botella vieja de cerámica con forma de campana y le dijo “quiero una veladora así y asá para poner en la repisa” y se la hizo.
También están los objetos que se le ocurren, como la lámpara cuyo soporte es un martillo. “Una amiga me contó que tenía un montón de ‘porquerías’ en la casa, si quería pasar a buscarlas. Fui y había un martillo sin mango. Se lo hice, lo puse volcado y salió una lámpara relinda”, cuenta.
La primera venta que realizó a un desconocido fue una lámpara que llamó T-800, que consta de un cilindro de moto con un amortiguador y una llavecita roja para prender y apagar. Fue un amigo quien le mandó un tutorial para que la lámpara se pudiera encender, ya que la había hecho sin esa posibilidad. “La vendí bien a un importador de herramientas que la quería para el cuarto de su hijo y ni habló de precio. Fue a través de Instagram y lo sentí como la emancipación de El Tallercito”, recuerda.
Ahora está armando un bebedero para su gata, de movimiento perpetuo, sin motor ni electricidad, por el solo movimiento del agua. “A los gatos les gusta que el agua esté en movimiento”, explica.
Apenas algunos ejemplos de las muchas creaciones que se le ocurren, entre las que hay porta inciensos, soportes para celulares, un reloj con un disco de cerámica, minimacetas y, obviamente, muchísimas lámparas. “Hice un estante que le digo mágico porque están los libros apoyados en la pared y no se ve de qué manera se sostienen. Quedó para mí, lo tengo en el living”, comenta.
En cuanto a El Tallercito, funciona en la azotea de su casa y allí va cada vez que tiene un tiempito libre. “Cuando me puedo acostar temprano, me levanto de mañana y le doy de mañana. A veces paso ocho o diez horas, pierdo la noción del tiempo porque además ahí no hay señal de celular”, confiesa.
Lo asesora el millonario argentino Jorge Gómez
Un día un compañero de trabajo le sugirió a Alejandro que le escribiera a Jorge Gómez, el multimillonario argentino fundador de la empresa de materiales eléctricos Roker, porque suele apoyar a emprendedores. Lo hizo y logró que Gómez hiciera una historia en sus redes hablando de El Tallercito. La cosa no quedó allí, el empresario empezó a seguirlo, a darle “Me Gusta” a sus posteos y hasta le pasó su WhatsApp personal para consultas. Incluso le prometió venir a Uruguay a comprarle alguna creación personalmente.
Fue Gómez quien le aconsejó contar con un artículo que fuera como su caballito de batalla, que se pudiera reproducir y fuera el objeto emblemático de El Tallercito. “Creo que va a ser la lámpara T-800”, anuncia Alejandro, quien piensa seguir la recomendación a pesar de que hasta el momento siempre tuvo la idea de hacer objetos irreproducibles, que se pudieran hacer una sola vez y nada más, que fueran artículos únicos. El plan lo mantiene para algunas cosas, pero para otras considera tomar el consejo de Gómez, quien además le ha sugerido exportar algunas creaciones.