Tercera generación de una famosa familia de titiriteros eligió este oficio por vocación

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Maia Filippo está al frente de "Títeres La Nave", compañía con la que se presenta en escuelas, espectáculos y ferias con muñecos y guiones de su creación.

Cuando a Maia Filippo (38 años) le preguntan de qué trabaja, ella responde con mucho orgullo “yo soy titiritera”. La gente en general se ríe y la mira. Entonces tiene que explicar que lo que hace es algo serio y es a lo que se dedica desde que tiene memoria.

“Es lo que me permite vivir dignamente; a veces peor, a veces mejor, pero es mi trabajo y lo que amo hacer. Es lo que yo sé hacer y lo que elijo”, enfatiza quien integra la tercera generación de una legendaria familia de titiriteros uruguayos.

La historia comenzó allá por 1963, años más, años menos, con sus abuelos Rosa Claret y Aurelio Queirolo y sus tíos abuelos Emilia Claret y Rolando Speranza, este último un reconocido dramaturgo nacional. Los cuatro fundaron Títeres El Grillo, que se presentaba en la Carpa Teatro de la Federación Uruguaya de Teatros Independientes, así como en televisión, barrios y salas de teatro.

En 1978 se integraron Lucía y Adriana, hijas de Rosa y Aurelio. Ya siendo niñas muchas veces les había tocado asistir a sus padres en los espectáculos, por ejemplo alcanzándoles los títeres. Convertidas en adolescentes comenzaron a frecuentar cada vez más las presentaciones y un buen día se encontraron trabajando de esto. Luego vendría una preparación más profesional, yendo a talleres o cursos, entre ellos en la Escuela San Martín de Buenos Aires porque Lucía (madre de Maia) vivió en Argentina.

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“Y así empecé yo también”, recuerda Maia. En su caso el vínculo ya fue directamente con La Nave, la compañía que en 1995 crearon su madre y su tía. “En realidad yo no pensaba dedicarme a los títeres, incluso decía ‘yo nunca voy a hacer esto’”, confiesa.

Pero ocurrió que en 2004 La Nave fue contratada por Expo Mascotas para hacer funciones diarias y la tía de Maia no podía estar. “¿A vos te sirve? Yo te preparo, ensayamos”, le dijo su madre y Maia, que ya había terminado el liceo y se había anotado en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari y en un curso de maquillaje artístico en la UTU, aceptó.

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“Salió mi debut en Expo Mascotas y quedé instalada en la compañía”, cuenta quien luego también completaría la formación con talleres y lo que se aprende de participar en festivales locales ya que en Uruguay no hay una escuela de teatro de títeres. Lo que se hace es sacarle provecho a todas las visitas que llegan del exterior, además de a los colegas del rubro.

“Con Títeres Timbó empezamos a hacer un mini festival que se transformó en lo que es ahora Títeres a Toda Costa, que ellos siguieron solos y que se hace en enero”, señala como ejemplo de aporte a la causa.

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Destacada por una de sus historias

La obra El desfile del barrio, protagonizada por una niña afro amante del candombe, fue premiada como espectáculo infantil en el Centro Cultural de España.

Su propia compañía.

Al frente de La Nave están actualmente Maia y su madre Lucía; Adriana quedó haciendo talleres de teatro en las escuelas públicas. Para los espectáculos que hace en solitario Maia cuenta con la asistencia de su amiga Victoria, que le hace toda la parte de logística (sonido, luces, alcanzar los objetos). “Siempre precisás una mano amiga de apoyo”, dice.

Para Maia cualquiera puede ser titiritero “en la medida que se ponga un títere y anime un muñeco o un objeto”. Pero asumirlo con la responsabilidad de un trabajo ya implica otra cosa.

En su caso, en La Nave hacen todo. “Creamos los muñecos, los confeccionamos, escribimos la historia, armamos el retablo, buscamos el sonido. Tener una obra armada te lleva un tiempo; uno lo puede hacer por hobby pero creo que no le dedicás tanto tiempo”, apunta.

Además, lo tiene tan incorporado que cuenta que termina utilizando el títere en todos los aspectos de su vida. “Lo uso con mis hijos para que se laven los dientes, se vistan… son cosas que hacen a lo que soy yo”, dice esta madre de una niña de 7 años y de un niño de 5.

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Sus títeres son de varios materiales. Lo más común es trabajar en base a papel, haciendo una pelota con papel de diario y luego darle forma. Otras posibilidades son polifón, cartapesta (papel y engrudo), papel maché, cartón, espuma plast, telas o madera.

“Usamos el molde de una cabeza con el que sacamos varias cabezas iguales que después vamos caracterizando. Tenemos a Fede, Lunita, Sandrita, el Tío Pipo, Buratino, Pompón, Pascuchito, una bruja… Son títeres bien grandes que estéticamente son lindos, llamativos y muy pesados de manejar”, dice.

Trabajan mucho el títere de guante, pero también tienen marionetas grandes. Cuenta que los títeres viejos también llevan una manutención, hay que arreglarlos o ponerlos a punto de tanto en tanto porque “hay mucho contacto, mucho títere público que genera pasiones y pasan cosas: quedan pelados o le faltan partes. Nos pasó de hacer una función en la que los niños le tiraban palitos a un personaje porque era malo”, recuerda entre risas.

Además tienen una línea de títeres artesanales que está a la venta en el Mercado de los Artesanos; algunos años también la ofrecieron en Ideas+.

Maia trabaja mucho con primera infancia en lo que se llama teatro de mesa. “Llevo una mesa, pongo la escenografía encima y la manipulación es directa. Yo agarro el títere con mis manos y los niños me están viendo todo el tiempo. En algunas ocasiones soy parte de la obra, como en La pequeña oruga, en la que arranco contando algo que me pasó en la vida, converso con ellos, les muestro una hoja, la tocan, la huelen y en un momento aparece una oruga y ya es el títere el que cuenta el resto e interactúa con los niños”, señala.

La Nave intenta sacar un espectáculo nuevo por año, pero a quienes las contratan les ofrecen todas las obras para que elijan. “No estamos pendientes de los programas escolares para las historias, sí se trabajan temas generales como la amistad, la igualdad, la solidaridad, compartir, la inclusión”, dice.

Madre e hija viven en Rincón del Pinar y siempre tratan de fortalecer la movida cultural de la Costa de Oro. “Hay muchos centros privados con una gestión cultural linda”, destaca Maia. La pandemia de la COVID-19 las hizo pasar un año difícil en el que se rebuscaron como pudieron hasta presentando un espectáculo en una plaza con un bono colaboración de $ 80 por persona.

“Nos fue muy bien. Entregábamos un folletito que decía ‘Gracias por colaborar, este es nuestro trabajo, amamos lo que hacemos y queremos poder vivir de esto’”, comenta sobre lo que pregonaron en ese momento y que no pierde vigencia porque Maia es titiritera, aunque la gente la mire y no lo entienda.

Junto a seis amigas creó Colectiva.Lobas

“Pinto cuadros, bolsos, remeras, murales... todo lo que pueda pintar”, cuenta Maia sobre su otra faceta, la de artesana, en la que se la conoce como La Filippa Crea. Como tal integra el grupo colectiva. lobas junto a seis amigas.

“Hacemos ferias y nos organizamos para rotarnos”, dice. Por ejemplo, cuando no tienen a sus hijos organizan una noche de costura. “Trabajamos un montón, pero pasán otro montón de cosas que están muy buenas”, destaca.

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